Lectura del santo evangelio según san Mateo 1, 16. 18-21. 24a
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Cuando José se despertó, hizo lo que le habla mandado el ángel del Señor.
Reflexión del Evangelio de hoy
José, su esposo, que era bueno
Celebramos hoy la fiesta de San José, del que el evangelio dice que era un hombre bueno. La vida de San José es un canto a la bondad. José fue bueno con María, con la que estaba desposado, y con Jesús. Aceptó las explicaciones que Dios le dio y, llevado de su bondad, acogió a María y a Jesús, y les amó entrañablemente.
Por eso, la fiesta de San José es un buen momento para preguntarnos por la bondad y por el lugar que ocupa en nuestra vida diaria. De entrada, podemos afirmar que la bondad habita en nuestro corazón. Y la razón es bien sencilla. Dios nos ha creado a su imagen y semejanza y Dios es amor y también bondad. “Sólo Dios es bueno”, dijo Jesús al joven rico. Por eso la bondad, el deseo de hacer el bien, es algo que Dios nos ha regalado al crearnos. Aunque después, en nuestro campo apareció la cizaña, la inclinación a hacer el mal. En el fondo, la vida del hombre es una lucha entre su bondad y su maldad, para que prevalezca siempre la bondad, y el único camino para ello es enfrentarse al mal, pero… a base del bien y nunca dejarse llevar por “el ojo por ojo y mal por mal”.
En este tema, como en todos, Jesús es nuestro ejemplo a seguir. Su vida fue una lucha a favor del bien y en contra del mal. En el supremo momento de su muerte, cuando lo que prevalecía era la maldad de unos hombres en un juicio injusto, vence ese mal, pero no a base de matar a sus enemigos, algo que estaba a su alcance, sino a base de seguir predicando el amor, la verdad, la bondad… Ese camino le llevó a su resurrección y no al abismo. Jesús nos pide que, en la lucha que es la vida humana, no dejemos que se cuele en nuestro corazón ni un miligramo de mal, de odio, de venganza… Porque los grandes perjudicados, además de nuestros semejantes, vamos a ser nosotros. Nadie puede ser feliz con malos sentimientos. Nuestro corazón está hecho para la bondad y no para la maldad.
En la fiesta de San José, el “hijo de David”, el que enlaza a Jesús con la dinastía de David, el evangelio destaca de él principalmente su bondad. “José era bueno”. Se sintió amado por Dios, por María, por Jesús, y dejó que la bondad guisase su vida entera. Debemos imitarle siendo personas buenas. Que nos convenza de que “es bueno ser bueno. Es malo ser malo”. Nuestro corazón está hecho para gozar con el bien y el amor. El que se guíe por el desamor y el mal no puede ser feliz. Con frecuencia, las apariencias engañan.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P. Convento de Santo Domingo (Oviedo)
Lectura del santo evangelio según san Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38
En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Entonces escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». El respondía: «Soy yo». Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo». Algunos de Los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta». Le replicaron: «Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él.
Reflexion del Evangelio de hoy
Evangelio: Juan (9): Jesús profeta de la luz de la vida
III.1. El evangelio de hoy es uno de los episodios más densos de la obra joánica. Un signo y un diálogo, en polémica con los judíos, nos presenta a Jesús como revelador de Dios que va destruyendo muchas cosas y concepciones que se tenían sobre Dios, sobre la vida, sobre la enfermedad, sobre el pecado y sobre la muerte. Juan enfrenta al hombre ciego de nacimiento con los fariseos, que son los que deciden sobre las cuestiones religiosas cuando se escribe esta obra. El ciego de nacimiento, en la mentalidad de un judaísmo teológico inaceptable, debía tener una culpabilidad, bien personal, bien heredada de sus padres o antepasados. Los simbolismos con los que está compuesto el relato: el barro de la tierra, la saliva, el sábado, el envío a la piscina de Siloé… nos muestran a un Jesús que domina la situación, en nombre de Dios, para dar luz, en definitiva, para dar vida y para mostrarse como la luz del mundo.
III.2. Se dice, con razón, que este es un relato bautismal de la comunidad joánica; una especie de catequesis para los que habían de ser bautizados, en un proceso que les debía enseñar cómo el recibir y vivir la luz de la fe les llevaría necesariamente a enfrentarse con el misterio de las tinieblas de los que no aceptan a Jesucristo. El hombre ciego, que llega a ver, que al principio no sabe quién es Jesús, poco a poco va descubriendo lo que Jesús le ha dado, y lo que los fariseos le quieren arrebatar. Así es el centro de la polémica: este pobre hombre que ha venido ciego al mundo tiene que elegir entre una religión de vida, de luz, de felicidad, o una religión de muerte, la que le proponen los “fariseos” a los que les duele más que el hombre haya sido liberado en sábado, que el que pueda asomarse a la luz de la vida. Se dice que es el debate de la comunidad joánica procedente del judaísmo, que ha aceptado a Jesús como el Mesías, frente al judaísmo de la sinagoga. La actualización, sin embargo, de este tema, nos muestra que mientras la religión no sea humana, comprensiva, iluminadora, misericordiosa, entrañable y restauradora, no tiene futuro en la humanidad. Y eso es lo que ha venido a traer Jesús al corazón de la religión de su pueblo.
III.3. El hombre debe ir a lavarse a la piscina del «enviado». Pero el enviado es el mismo Jesús. Podemos decir que aquel hombre no es curado = salvado, por la saliva y el barro, sino por lavarse, sumergirse en el misterio de la vida del Señor. Es un juego de imágenes llenas de sentido; de ahí su significado bautismal originario. Los vecinos, los parientes, los que le conocían en su ceguera y en su pobreza se asombran de aquel acontecimiento. Ha sucedido algo maravilloso, porque lo que viene de Dios no es comprendido más que por la fe. Los hombres y el mundo tenemos unos criterios demasiado cosificados para entender su manera de actuar. Toda aquella gente no podía comprender, ya que se necesitan otros ojos distintos para mirar lo que ha sucedido. Para ellos sólo existe una respuesta: Jesús, que significa salvador, y que es el enviado, ha logrado lo que parecía imposible para los hombres. «¿Donde está ése? Le preguntan las autoridades, y responde el hombre: ¿No lo se?». Nosotros vemos aquí algo más que una respuesta inocua. Aquel hombre ha comenzado a experimentar la salvación de Dios traída por Jesús. Pero no puede decir quién es Él, para los que sólo pretenden verlo con los ojos humanos. Aquel hombre no puede decir donde ésta Jesús, porque en el interrogatorio sólo existe un interés lejano de lo auténticamente salvador. Por eso no puede responder a los intereses mal intencionados.
III.4. El interrogatorio se hace más denso hasta arrancar de aquel hombre todo temor para confesar el misterio de la salvación. Más que otra cosa, el evangelista quiere apurar todo para contraponer a Jesús y la Ley. No se trata de contraponer a Jesús y a Moisés, aunque pueda parecerlo. Porque tras la figura de Moisés, como auténtico y único revelador de la Ley de Dios, los hombres quieren ocultar sus criterios religiosamente antihumanos. Ellos son discípulos de Moisés, pero ¿de qué les sirve? Si la ley fue dada para encontrar a Dios, y la interpretación de la Ley para facilitar el acercamiento; en el judaísmo sucede todo lo contrario. La Ley separa a los hombres de Dios. Es esto lo que ahora se quiere poner en evidencia. Los fariseos (todos los hombres que podemos ser egoístas) interponemos entre Dios y nosotros la ley, la tradición, los prejuicios de lo santo y lo sagrado…. Como si fuera voluntad de Dios, aunque no lo sea. Y por eso, Dios queda lejano, y nosotros nos hacemos dueños de nosotros mismos, fáciles para lo que nos interesa. La Ley puede ser el engaño de nuestra vida. Y con ella queremos comprar a Dios lo que no sabemos hacer con corazón desprendido. Este es el pecado del judaísmo, y sigue siendo el pecado de nuestro mundo religioso. Jesús viene para dar luz, para iluminar la ley. Para hacer posible una ley de libertad en el encuentro con Dios. Y esto pone en claro nuestro pecado.
III.5. Cuando Jesús oye que aquel hombre ha sido rechazado por el mundo religioso de su entorno sale a su encuentro. Y el hombre se entrega completamente a Él. Es Dios mismo, un hombre entre los hombres, quien ha salido a su encuentro y quien le ha abierto los ojos de su vida para que pueda sentirse libre. En este Dios, en Jesús, cree el ciego. El es su Señor. En el ciego de nacimiento están todos los hombres sumergidos en la tiniebla hasta que Cristo trae el conocimiento que ilumina: es la experiencia verdadera de las falsas seguridades de los judíos y del mundo. Pero otros, sin embargo, se encierran y se afirman en lo que creen les va bien. Y por eso permanecen en su ceguera. Es un juicio para el mundo, no porque Jesús venga a condenarlo (cf Jn 3,17ss), sino porque los hombres quieren permanecer en su hacer y en su vivir sin esperanza. Su pecado permanece. Es esto lo que quiere decir Juan para el judaísmo de entonces, y para el mundo religioso de siempre.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 28b-34
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?». Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que estos». El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Reflexión del Evangelio de hoy
No llamaremos ya más “Nuestro Dios” a la obra de nuestras manos
Resulta realmente entrañable y consolador el texto del profeta Oseas y supone, sin duda, un hito importante en el proceso de revelación de Dios a Israel. Pero ahora, en este mismo instante en que lo leemos o escuchamos, se dirige a cada uno de nosotros que, al igual que el pueblo elegido, no pocas veces nos “olvidamos” de Él y preferiríamos un “diosecillo” que sea manejable, un ídolo, en suma. Pero Dios es el “Totalmente Otro”, el Señor de la Vida, el Omnipotente, pero también el Padre ciertamente exigente, aunque comprensivo que perdona y se compadece de sus hijos.
En los momentos difíciles, cuando hay angustia en el alma, cuando percibimos que nada tiene sentido y las personas “poderosas” en quienes confiábamos nos fallan, nos damos cuenta, como Israel, que solo el Dios Verdadero nos puede curar, salvar. Como dice Dios por boca del profeta: “Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan… Seré para Israel como rocío…” en alusión al Espíritu Santo que nos cala por dentro y refresca el alma.
No estás lejos del Reino de Dios
En clara relación con la profecía de Oseas, San Marcos nos presenta la pregunta, quizá pregunta-trampa (en la versión de San Mateo) de un escriba, es decir un teólogo, a Jesús respecto al Mandamiento más importante de la Ley de Dios. Y Jesús le responde con las palabras de la Escritura en los libros del Deuteronomio y Levítico, aunque añade significativamente en la primera parte “con toda tu mente”, es decir, con todas tus potencialidades intelectuales, amén del sincero afecto del corazón a Quien nos ha dado la vida y la fe.
Amar a Dios implica conocerlo a través de la Palabra. Cuando Jesús proclama las citas bíblicas, las hace suyas como Hijo de Dios y hermano de los hombres. La segunda parte del Mandamiento está indisolublemente unido a la primera e implica la dimensión horizontal del Amor que es y nos profesa. Esta declaración impresiona al escriba que descubre algo que ya sabía intelectualmente: el verdadero corazón de la Ley e implícitamente a Jesús como el Mesías.
La evidencia de nuestra fe en Dios es el amor al prójimo. Así nos lo dice la Carta de San Juan. Con el amor al prójimo no caben “triquiñuelas” porque hay que implicarse, incluso mancharse las manos como afirmaría expresivamente Martín Descalzo y así lo hizo el protagonista de la parábola del Buen Samaritano.
Este texto es muy propicio para orar en silencio, y desde la profunda intimidad del corazón repetir las palabras de Jesús al escriba, hacerlas nuestras y pedir con toda humildad que todo ese amor recibido lo comparta con mis próximos, aunque me duela, me moleste o no termine de comprenderlos.
“En el amor a Dios puede haber engaños. Puede alguien decir que ama a Dios cuando lo único que siente es un calorcillo que le gusta en su corazón. Puede alguien decir que ama a Dios y lo que ama es la tranquilidad espiritual que ese supuesto amor le da. Amar al prójimo, en cambio, no admite triquiñuelas. se le ama o no se le ama. Se le sirve o se le utiliza. Se demuestra con obras o es sólo una palabra bonita. San Juan seguía diciéndolo de manera tajante: «Si uno posee bienes de este mundo y, viendo que su hermano pasa necesidad, le cierra sus entrañas, ¿Cómo puede estar en él el amor de Dios?» Es cierto: «El prójimo -la frase es de Cabodevilla- es nuestro lugar de cita con Dios.» Sólo en el prójimo nos encontramos con El y todo lo demás son juegos de palabras”.
(José Luis Martín Descalzo, “Razones para vivir”)
D. Carlos José Romero Mensaque, O.P. Fraternidad “Amigos de Dios” de Bormujos (Sevilla)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11,14-23
En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo. Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama».
Reflexión del Evangelio de hoy
Me dieron la espalda y no la cara
Jeremías recuerda al pueblo lo que Dios está observando en ellos. En este tiempo de cuaresma nos sirve a nosotros para ver nuestro comportamiento ante Dios y ante los demás, pues igual nos ocurre como al pueblo de Israel, de ahí nuestra necesidad de conversión.
Las acusaciones que dirige al pueblo son duras. Podemos pensar ¿Cómo nos suenan a nosotros? No escuchar a Dios. No confiar en Él. Tener el corazón obstinando y preso de nuestros intereses y no tenerle sensible. Dar la espalda y no la cara. Da la sensación que necesitamos de un cambio, descubrir que Dios todavía confía en nosotros.
Me llama mucho la atención lo de dar la espalda y no la cara, pues es algo que suena muy mal, y está mal vista por todos, cuando lo hacemos a las personas; pues cuando lo hacemos a Dios… Significa desinterés por ese personaje. Da sensación de no querer escuchar y tampoco que te escuche. Cuando negamos el oído y el habla a alguien negamos su existencia. En definitiva, significa no confiar para nada en él.
¡Qué duro y qué ingrato si tenemos este comportamiento con Dios!Con confianza en el amor de Dios Padre manifestado en Jesús, oremos con el salmo 94, que hoy la liturgia nos ofrece. “Ojalá escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos nuestro corazón”.
Admiración e incomprensión
Ante la actuación de Jesús en beneficio de la personas, todos los evangelista nos describen la distintas reacciones de las personas, normalmente son de admiración, rechazo e incomprensión. En este pasaje San Lucas nos describe la de admiración y la de rechazo e incomprensión.
Las dos reacciones son normales. Ciertamente la más fácil es la de admiración. Pero el saber de dónde le viene esa fuerza para sanar es difícil de descubrir y por tanto la otra también es comprensible. Sabemos que el poder y el conocimiento de las cosas les hace no descubrir de dónde le viene la fuerza y la razón por lo que lo hace.
La respuesta de Jesús es contundente: no es Él, es la fuerza que Dios ha puesto en Él. Es la necesidad de demostrar su misión como enviado de Dios, y es hacer la voluntad y poner en práctica la voluntad de Dios: liberar a las personas. Ellos con sus normas y con sus preceptos marginaban a las personas. Jesús trata de devolverles la dignidad e integrarles en la sociedad. Es el “dedo de Dios” el que Jesús quiere introducir en la sociedad. Su cercanía y su presencia.
De ahí la frase final “aquél que no está conmigo, está contra mí”, es decir, se equivoca, desparrama. ¿Estamos con Jesús? ¿Dejamos que Él actúe en nosotros? ¿Actuamos nosotros en nombre de Jesús y con su fuerza y confianza?
Fr. Mitxel Gutiérrez Sánchez O.P. Casa Ntra.Sra. de los Ángeles (Vitoria)
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 17-19
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Reflexión del Evangelio de hoy
Guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos
El Deuteronomio significa en griego “Segunda Ley” y de alguna manera el título se acomoda perfectamente al contenido del libro, ya que se trata de una nueva promulgación de la mayor parte de la legislación contenida en los libros anteriores del Pentateuco. Estamos ante una composición oratoria en clave de enseñanza, en la que se recogen los discursos de Moisés en Moab antes de entrar en la tierra prometida y al final de la travesía del pueblo de Israel por el desierto.
Moisés exhorta al cumplimiento de la ley divina, recordando la situación privilegiada del pueblo elegido por Dios entre todos los pueblos de la tierra. La expresión con la que se introduce el discurso: “Y ahora” indica que estamos ante una enseñanza fundamental, importante a la que hay que prestar atención. Los verbos que dinamizan está predicación: escuchar, hacer, vivir, entrar, mirar, recorren el discurso y nos revelan dos ideas fundamentales: 1) la primera es la presencia de Dios en medio de su pueblo, escucharle es el gran privilegio de Israel, que debe llevarle a poner en práctica lo mandado por el Señor en medio de situaciones difíciles y entrar en la tierra prometida.2) La segunda idea recuerda a Israel que éste ha recibido de Dios una ley santa como no la tiene ninguna otra nación. Este pueblo pequeño e insignificante en comparación con los que le rodean tiene una ley, un contenido religioso inalcanzable a los pueblos más cultos de la antigüedad. Por ello, guardar y poner en práctica estas normas y preceptos es sabiduría e inteligencia ante los ojos de los demás pueblos. La relación con Dios cercana e íntima, supera cualquier expectativa y sus leyes enseñadas y transmitidas por los profetas animarán la vida: el ser y el hacer del pueblo de Israel.
Guardar estas enseñanzas en el corazón implica no olvidarse del contenido de las mismas y enseñarlas así a todo el pueblo de generación en generación. Jesús recogerá en la parábola de la semilla, en la del constructor, como escuchar la palabra de Dios implica ponerla en práctica para poder vivir y permanecer en el Señor.
No he venido a abolir, sino a dar plenitud
Después de la gran apertura del capítulo cinco, con las Bienaventuranzas y las palabras acerca de ser sal y luz, donde Mateo coloca una de las grandes enseñanzas de Jesús, nos encontramos en la lectura de hoy con un elemento clave de su misión: él no ha venido a abolir la ley, a destruir lo anterior sin más, sino a llevarlo a su plenitud.
Frente a una comunidad en crisis de identidad ante las enseñanzas e interpretaciones de la Ley (Torá) llevadas a cabo por un grupo de teólogos judíos instalados en Jamnia, Jesús va a decir que la observancia legal de los escribas y fariseos está totalmente superada. No se trata de cumplir unas normas porque están escritas, sino que hay que llenarlas de contenido que ayuden a vivir al ser humano. El cumplimiento de la ley alejado de una sana relación con Dios y del compromiso con las personas, especialmente con los que más sufren, no tiene sentido, porque es incapaz de transformar la realidad, la vida.
La sentencia inicial de la narración es toda una declaración de intenciones. Dar cumplimiento y sentido a la ley es buscar el bien del ser humano, mostrar la justicia que viene de Dios y cumplir su voluntad. Frente a la Ley y los profetas, Jesús se sitúa en continuidad, pero no de cualquier manera sino para llevarla a su plenitud definitiva. La llegada de Jesús, su persona, su enseñanza y predicación es capaz de superar cualquier expectativa humana. Por eso, cumplir la ley no consiste solo en poner por obra lo indicado en ella, sino llenarla de un contenido diferente capaz de transformar nuestra vida.
Jesús ha dado sentido a la ley, en consecuencia, él es el único camino para alcanzar la Verdad. La ley, en su persona se ha transformado, permitiéndole alcanzar la plenitud a la que estaba destinada. He aquí la gran paradoja que supone la permanencia de lo antiguo y a la vez su radical transformación. Jesús se sitúa en línea con los antiguos profetas que distinguían entre lo esencial y lo secundario en relación con Dios. Mateo va a insistir en el cumplimiento profético de la ley, de tal forma que no pasará el cielo y la tierra hasta que se cumpla o realice su más pequeña letra o tilde. Jesús muestra así su autoridad y su superioridad sobre la ley al conferirle una práctica diferente en referencia siempre al ser humano, especialmente a los más débiles y marginados.
El comportamiento ante la ley manifestará la responsabilidad que el creyente tiene de comprometerse con la voluntad de Dios y, en consecuencia, su grandeza o pequeñez ante el reino de los cielos. ¿Quiero ser grande en el Reino de los Cielos?
Hna. Carmen Román Martínez O.P. Congregación de Santo Domingo
Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”. Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Reflexión del Evangelio de hoy
Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde
El texto completo que contiene esta primera lectura comienza diciendo: “Caminaban entre las llamas alabando a Dios y bendiciendo al Señor”. Increíble; tres hombres, por no postrarse ante una estatua de oro como su dios, son lanzados a un horno con un fuego abrasador tan potente que había achicharrado a los que los habían metido y caminan entre llamas alabando y bendiciendo al Señor.
Estos hombres, o están locos o tienen fe.
En medio de esta situación brota la oración de Azarías, una oración preciosa en toda su extensión. Oración de bendición y alabanza, sin por ello dejar de expresar una súplica y ser toda ella una oración penitencial. Las perícopas que hoy leemos y que rezamos todos los martes de la IV semana en las Laudes así lo refleja.
¿Cómo podríamos actualizarla hoy? Quizá no estamos en medio de un fuego abrasador físico, pero experimentamos que el mundo arde en codicia, en disputas, en ofrecernos un sinfín de dioses ante los cuales postrarnos. Y no solo eso; también por dentro experimentamos competencia, rencores, enemistad, fastidio o simplemente sufrimos la consecuencia de diversas injusticias.
Estas son hoy nuestras llamas, el horno encendido donde estamos metidos. La lectura de hoy nos invita a vivir en medio de ellas dando testimonio, en primer lugar, alabando y bendiciendo al Señor, con la certeza de que, en toda situación Él es capaz de sacar un bien mayor.
Y de aquí brotará un testimonio aún mayor, uno que quizá no se nota por fuera: en medio de estas llamas podemos ofrecerle nuestra alma arrepentida y nuestro espíritu humillado. Porque muchas veces no podemos cambiar la situación exterior – los “verdugos” no cesaban de atizar el fuego – y mucho menos el interior de cada persona; pero podemos reconocer al Dios fiel que no nos abandona, que nos protege en medio del peligro, que hace justicia y no rehúye la ofrenda de un corazón humilde.
Aprovechemos estas situaciones para que el fuego del Espíritu Santo purifique nuestros corazones y sigamos a Dios de todo corazón, respetándole y buscando su rostro (Dan 3, 41). Él nos tratará conforme a su gran bondad y misericordia.Y quedaremos asombrados al ver que “los atizadores” quedarán atónitos ante el gran milagro, ante la grandeza de Dios (Dn 3, 24-30)
¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?
La pregunta que hoy hace Pedro a Jesús es de una actualidad tal que deberíamos hasta estar agradecidos con él por habérsela hecho. Es una pregunta que surge muchas veces en el interior y fácilmente se deja traslucir hacia afuera tras sentirnos ofendidos por actitudes de los que nos rodean o de realmente ser ofendidos.
Es un tema delicado sin duda. Un tema en el que Jesús insiste en muchas ocasiones y de diversas maneras en los Evangelios. Pero el Señor no quiere que lo vivamos como una exigencia moral sin más, sino como fruto de un encuentro con el Perdón.
El Señor nos da la respuesta a la pregunta ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano? Nos responde con un número exorbitante de veces: setenta veces siete. Si con solo leerlo ya nos da pereza, cuánto más para realizarlo.
Ese número gigantesco de veces que estamos llamados a perdonar no llega ni de lejos a lo que debía el siervo de la parábola al Rey.
Es verdad que existen las ofensas, deliberadas o sin deliberar; todos las sufrimos o las hacemos sufrir a otros. En estas situaciones el Señor nos llama a cambiar el foco y a responder a las ofensas o deudas con compasión.
Siendo sinceros, compadecernos del que nos ofende no es lo primero que nace en nuestro corazón. Esta experiencia de compasión sólo podemos tenerla con los demás después de haberla experimentado nosotros. Después de un encuentro vital.
Para este encuentro nos estamos preparando; para el encuentro con Aquel que ha cargado sobre sí todos nuestros pecados, que se ha convertidoen un gusano, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo (cfr. Salmo 22, 6);más aún, que se ha hecho un maldito ante su pueblo – porque dice la escritura – maldito el que cuelga de un madero (cfr. Gal 3,13).
Es un tiempo para ajustar cuentas con el Rey. Envía a su propio Hijo para llevarnos ante Él; el Príncipe de la paz lleva roja la túnica de sangre, camina con pies sangrantes y está coronado de espinas. Él se hace cargo de las cuentas y nos justifica hasta llegar a decir “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”(Lc 23, 34).
Y cuando experimentamos que realmente sus palabras son verdaderas en nosotros, que necesitamos su perdón y que nos lo ha concedido gratuitamente, nuestro corazón experimenta la compunción, la humildad, la compasión. Tenemos la experiencia de que, sin su misericordia, somos unos esclavos y vivimos ahogados con los intereses que traen los “negocios turbios”.
Solo esta profunda, real y consciente experiencia de necesidad permite que se caigan las escamas de nuestros ojos y reconozcamos que el que nos ha ofendido es tan frágil y pobre como nosotros, que tampoco sabe lo que hace.
Para vivir esto no debemos esperar al Viernes Santo. Este encuentro es necesario que se produzca HOY en la vida de cada uno. Hoy y cada día, para que, al sabernos amados en nuestra debilidad, vivamos los encuentros o situaciones, no desde el fastidio de las ofensas, ahogando al prójimo hasta que nos pague lo poco o mucho “que nos debe”, sino que vivamos en la plena libertad de los hijos de Dios – y dejemos vivir en ella – reconciliados, gozosos, agradecidos, enamorados del Dios que se ha compadecido de nosotros.
Monasterio Ntra. Sra. de la Piedad – MM. Dominicas Palencia
Lectura del santo evangelio según san Lucas 4, 24-30
Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naámán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Reflexión del Evangelio de hoy
No hay otro Dios fuera de mí
Esta primera lectura nos relata de manera pormenorizada la curación de Naamán, general del ejército del rey de Siria. El profeta judío Eliseo, cuyo nombre significa “Dios salva”, en nombre de su Dios, cura a Naamán de su lepra, sin grandes y costosos procedimientos, a través de bañarse siete veces en el río Jordán, lo que lleva a Naamán a confesar al verdadero y único Dios: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel”.
Jesús, el gran profeta, el Hijo de Dios, ha venido a nuestra tierra a curarnos de todas nuestras lepras y regalarnos la salud, la salvación. Lo hace porque no solo es hombre sino Dios, y Dios su Padre le concede realizar ese milagro de sanarnos. Lo hace ofreciéndonos su amistad, “a vosotros os llamo amigos”, e indicándonos el camino a seguir, las actitudes que debemos vivir en nuestro día a día. La pregunta que nos podemos formular es si lo que no pide Jesús es algo tan sencillo como lo que le pidió Eliseo a Naanán de bañarse en el río Jordán, o lo que nos pide es más bien algo muy difícil y costoso para nosotros.
Sabemos que lo que nos pide Jesús va todo en la línea del amor, del perdón, de la sencillez, de las bienaventuranzas…que es posible que, a veces, nos pueda resultar difícil de cumplir, pero, a poco que reflexionemos, nos damos cuenta de que está siempre en la línea de nuestra naturaleza humana. No nos pide extravagancias, cosas inauditas, sino algo que va en la línea de nuestra condición humana y de nuestra condición de hijos de Dios…algo que está en la línea de bañarse siete veces en el río Jordán.
Ningún profeta es bien recibido en su tierra
A veces, cuando predicamos a Jesús y su evangelio, y vemos que no llega a mucha gente, pensamos que cuando Jesús, el mejor predicador de todos los tiempos, predicaba siempre era bien escuchado y aceptado.
Es verdad que con frecuencia multitud de personas acudía a escuchar a Jesús, pero el evangelio de hoy también nos recuerda que no siempre fue así. Nos lo presenta predicando en la sinagoga… y les recuerda que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Su predicación no gustó a sus oyentes, de tal manera que trataron de llevarle a un barranco que estaba fuera del pueblo con intención de despeñarlo. “Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”. Aunque sabemos que en un momento dado de su vida no logró alejarse de sus perseguidores, que le clavaron en lo alto de una cruz. Pero al tercer día resucitó.
Pensando en nosotros, seguidores y predicadores de Jesús en el siglo XXI, no podemos olvidar que “nunca el discípulo va a ser mayor que su Maestro”. Y también nosotros nos encontramos con gente que escucha nuestra predicación del evangelio de Jesús y otros que no quieren ni oír hablar de él. Le han apartado de sus vidas. Le han matado.
Lo mismo que Jesús, debemos seguir predicando y viviendo su buena noticia, como la mejor manera de vivir la vida humana. Pase lo que pase, Él permanecerá con nosotros y siempre nos espera la resurrección a una vida de total felicidad.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P. Convento de Santo Domingo (Oviedo)
Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 33-43, 45-46
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos. Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: ‘Tendrán respeto a mi hijo’. Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: ‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”». Le contestan: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos. Y, aunque intentaban echarle mano, temieron a la gente, que lo tenía por profeta.
Reflexión del Evangelio de hoy
En el perdón encontramos la paz
Hoy la liturgia nos regala la conocida historia de José, el hijo de Israel al que por envidia sus hermanos vendieron. El joven era amado por su padre y eso provocaba la envidia de los demás. Todos conocemos como sucedieron los hechos y el final del relato José llegara a Egipto y será el que salve a su familia de la hambruna, llevándolos con él una vez que el faraón lo colmó de bienes. José olvidó el daño que le hicieron, la traición de la que fue víctima por parte de sus propios hermanos. Su corazón era limpio y generoso ¿Seríamos nosotros capaces de reaccionar así, o guardaríamos con rencor el daño que nos hicieron?
Tal vez esta Cuaresma que estamos viviendo sea un buen momento para mirar al interior de nuestro corazón. Revisemos como andamos de resentimiento hacia los demás, especialmente a los que no nos han tratado bien. Querer al amigo es fácil, amar al enemigo es lo complicado. Perdonar no es sencillo, pero es lo que nos da la paz y nos hace buenos de verdad. Recordemos que “al atardecer de la vida se nos examinará del amor” y que ese amor por el que nos hizo daño, ese perdón sincero y de corazón, será el tesoro más grande que podamos ofrecer al Señor.
Cristo es la piedra clave de nuestras vidas
En este pasaje del Evangelio de San Mateo podríamos decir que Jesús hace un “juego de espejos” Por un lado en la parábola tenemos el reflejo de su propia Pasión y muerte (el dueño de la viña envía a su hijo que es asesinado por los malos trabajadores, igual que Él lo será) Y por otro lado pone ante el espejo a los escribas y fariseos que hicieron lo mismo con algunos profetas y lo harán también con Él. Es decir: Cristo nos enfrenta con nosotros mismos, con nuestras faltas, nuestras ambiciones, nuestras malas artes…Porque esta parábola se puede aplicar en nuestros días. A poco que hagamos memoria recordaremos casos de hombres de Dios que han sido asesinados por los poderosos a causa de la incomodidad del mensaje que transmitían: Sacerdotes, misioneros, obispos, religiosos, seglares martirizados por predicar la Palabra de Dios y denunciar las injusticias del mundo.
Al final del pasaje vemos como los escribas y los fariseos saben perfectamente que Jseús se está refiriendo a ellos, y como el mensaje les es molesto maquinan la forma de deshacerse de Él. Su único temor es la gente que se les pueda echar encima ¿Y por qué? Muy sencillo: Porque Jesús predica la Verdad, porque de su boca salen palabras de vida eterna que denuncian las injusticias. Exactamente igual que hoy. Nosotros mismos hay veces que nos escandalizamos de la postura que toma la Iglesia ante determinados asuntos (aborto, eutanasia, abusos sociales…) porque denuncia lo que “la sociedad” quiere dar por bueno (la “cultura” de la muerte frente a la vida por ejemplo) Por eso esta parábola es digna de nuestra reflexión. Tenemos que ser buenos labradores, saber cuidar de la viña con la diligencia que el dueño espera de nosotros y debemos dar cuenta del fruto que se nos ha encomendado con valentía y honradez. En las cosas de Dios no caben las medias tintas: o se está con Él o contra Él. Sepamos distinguir y conocer a la “piedra desechada por los arquitectos” y hagamos de ella la piedra angular de nuestra vida.
D. Luis Maldonado Fernández de Tejada, OP Fraternidad Laical de Santo Domingo, de Almagro
Lectura del santo evangelio según san Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Pero Abrahán le dijo: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”. Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”. Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios lee en el corazón
El profeta nos ofrece una meditación sapiencial: ¿Quiénes son benditos y darán fruto? ¿quiénes malditos y quedarán estériles? Es maldito quien pone su confianza en lo humano, en las fuerzas propias (en la «carne»). La comparación es expresiva: su vida será estéril, como un cardo raquítico en tierra seca. Es bendito el que confía en Dios: ése sí dará fruto, como un árbol que crece junto al agua.
La opción sucede en lo más profundo del corazón (un corazón que según Jeremías es «falso y enfermo»). Los actos exteriores concretos son consecuencia de lo que hayamos decidido interiormente: si nos fiamos de nuestras fuerzas o de Dios.
Esto lo dice Jeremías para el pueblo de Israel, siempre tentado de olvidar a Dios y poner su confianza en alianzas humanas, militares, económicas o políticas. Pero es un mensaje para todos nosotros, sobre todo en este tiempo en que el camino de la Pascua nos invita a reorientar nuestras vidas.
Dos estilos de vida
Lázaro y el Epulón, dos personajes antagónicos. Dos vidas, dos circunstancias, dos corazones y dos diferentes suertes eternas. Uno con dinero, amigos y todos los medios necesarios para no privarse de nada. Frente a él un pobre careciendo de todo: marginado, sin amigos, sin pan y que se quedaría satisfecho con las sobras que retiraban de la mesa del rico, pero nadie se las daba,
El rico de la parábola no maldice a Dios ni explota al pobre. Su pecado consiste en el orgullo que le lleva a ignorar a Dios y al prójimo: es ante todo un grave pecado de omisión. Pero, si un pobre mira con codicia y envidia los bienes que no posee, no es mejor que el rico que los tiene, porque en ambos el corazón está alejado de Dios: “donde está tu tesoro allí está también tu corazón”. El corazón debe estar centrado en Dios.
Se trata de una parábola seria. En ella se pone de relieve la diferencia económica de clases y, más aún, la diferencia de corazones. Se subraya que las riquezas tienden a endurecer, hacer insensible el corazón, cerrarlo a las necesidades de los hermanos y a los derechos de Dios. Y concluye el relato con una afirmación importante. No son los prodigios los que engendran el acto de fe, sino las disposiciones del corazón. La fe es la respuesta a Dios que ha hablado por Jesucristo.
Fr. Carlos Oloriz Larragueta O.P. Casa Ntra.Sra. de los Ángeles (Vitoria)
Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 17-28
En aquel tiempo, subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará». Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: «¿Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron: «Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Reflexión del Evangelio de hoy
¿Se paga el bien con el mal?
La primera lectura nos sitúa en la obra de Jeremías, profeta del siglo VI a. C. La misión de los profetas era ser centinelas de alianza a través de dos acciones: anunciar y denunciar. Anunciar la esperanza y un futuro nuevo en medio de realidades de desaliento y desanimo, y denunciar situaciones en las que se violaban la alianza, bien respecto a la relación con Dios, idolatría, o respecto a la relación con el prójimo, la injusticia y corrupción. El relato de la vocación de Jeremías así lo expresa: El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo: Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar(Jr 1, 9-10) La denuncia al pueblo, al rey o a los sacerdotes no es una misión agradable para el profeta, acarreándole en más de una ocasión la amenaza y la persecución, por lo que la tentación es renunciar a ella: ¡Ay, Señor, ¡Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño (Jr 1,6)
Nuestro texto precisamente narra una confesión de Jeremías, en la que el profeta se sabe perseguido como consecuencia de la proclamación de la Palabra de Dios que denuncia la situación del pueblo. Los enemigos de Jeremías actúan en dos direcciones: calumniándolo e ignorando sus oráculos, es decir, no escuchando la palabra que pronuncia, palabra que no procede de sí mismo, sino del mismo Dios. Los rivales de Jeremías quieren acallar su lengua, pero no son conscientes que esa lengua también ha sido portadora de intercesión por parte del profeta ante Dios, lo que llevará a Jeremías a preguntarse en medio de su desconcierto: ¿Se paga el bien con el mal?
A nosotros/as también el Señor nos ha llamado a proclamar su Palabra en medio de este mundo para dar una palabra de aliento al abatido o denunciar escenarios de exclusión e injusticia. ¿Estamos dispuesto a llevar a cabo esta misión, sabiendo que eso puede acarrearnos desprestigio, amenaza, persecución? Como dijo el poeta: ‘Los perros ladran, entonces cabalgamos’.
El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor
El relato evangélico de hoy nos narra el tercer anuncio de la pasión (20,17-19), y la petición de la madre de los Zebedeos sobre los primeros puestos para sus hijos, así como todo lo que desencadena (20, 20-28), lo que lanza un aldabonazo a nuestras relaciones comunitarias.
Tras la indignación de los otros discípulos por la petición de la madre de Santiago y Juan (24), Jesús presenta dos posibles alternativas de conducta: una, negativa, la de los gobernantes y poderosos (25) y otra, positiva, la del mismo Maestro (v.28) Entre ambos modelos Jesús exhorta a sus discípulos sobre cómo ha de ser su comportamiento, subrayando la contraposición al primero de ellos: “no así entre vosotros”.
Jesús propone dos iconos para presentar el modelo en las relaciones entre los discípulos (20, 26b-27): el primero, el servidor (en antítesis al grande) era el que hacía el servicio de las mesas fundamentalmente; y el segundo, el esclavo (en contraste al primero) era aquel que no se pertenecía a sí mismo, sino que pertenecía a otros. Con ello, contrapone la estructura de dominación propia del mundo y la estructura de servicio propia de sus seguidores. Jesús está planteando a su comunidad una reorientación de los valores y los modelos de comportamiento respecto a la praxis de las estructuras sociopolíticas.Ambos términos, servidor y esclavo, han de dinamizar las relaciones entre los discípulos; estos generan un tipo de relaciones comunitarias en los que no existe la subordinación de unos a otros, ni siquiera ante los líderes. La idea cristiana del servicio representa un cambio de valores efectuados por el Señor Jesús que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por muchos.
La Palabra de hoy nos interroga cómo son nuestras relaciones comunitarias: ¿están en la clave de los grandes y los poderosos o responden a los iconos propuestos por Jesús de servidor y esclavo? Hoy día de la mujer, nuestro interrogante no puede dejar de tener presente cuál es su lugar en la iglesia y como se dinamizan las relaciones varón-mujer dentro de la comunidad eclesial.
Hna. Mariela Martínez Higueras O.P. Congregación de Santo Domingo