La Palabra de Dios nos sitúa este domingo ante la responsabilidad personal en el seguimiento de Jesús. Como en tantas otras dimensiones de la vida, la ambigüedad de nuestra condición humana nos plantea una doble perspectiva de nuestra respuesta ante el proyecto-demanda de Dios: la formal de la ideología y la eficaz de nuestro compromiso.
La ideología se mueve, y nos hace movernos, en el orden de las pretensiones teóricas: pensar bien. En cambio, la respuesta eficaz es la que muestra nuestra veracidad: hacer lo correcto. Más allá de las circunstancias concretas de la vida, y de nuestros ritmos de conversión, aquello a lo que nos adherimos de veras, en el fondo, acaba haciendo coincidir nuestra voluntad con la de Dios. Esto es lo justo, lo que a Él le agrada.
Para el profeta Ezequiel la adhesión de nuestra voluntad a la bondad y la justicia de Dios, no es un asunto teórico, sino un compromiso personal, que incluye la conversión y la perseverancia. Para Pablo, esa adhesión es verificable, trayendo a nuestra persona los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús, unos sentimientos que cambian nuestras vidas. Es una pretensión que lleva su tiempo y que implica inexorablemente nuestra conversión.
Fray Fernando Vela López Convento Virgen del Camino (León)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,43b-45
En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido.
Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
Reflexión del Evangelio de hoy
Aquel día se asociarán al Señor pueblos sin número; y ellos serán mi pueblo
El pasaje de Zacarías que se proclama en la liturgia eucarística de hoy, día en que recordamos a San Jerónimo, es un mensaje de esperanza y una invitación al gozo que se origina, naturalmente, por la presencia del Señor en medio de su pueblo.
La enseñanza que recibe el profeta y que debe comunicar, revela la determinación de Dios de convertir a todas las naciones en su pueblo: “Aquel día se asociarán al Señor pueblos sin número; y ellos serán mi pueblo». Zacarías señala, de parte del Señor, que, en aquel día, una multitud de pueblos se unirán a él y los llama “su pueblo”.
Es importante tenerlo presente porque Jesús, cuando envía a sus discípulos lo hace para hagan discípulos de todos los pueblos, con lo que se revela ya la llamada universal, vocación universal de toda la humanidad.
Además, señala a Jerusalén como “una ciudad abierta”. Es una ciudad que debe acoger a todos. No es una ciudad excluyente, selectiva, no es el nido de los elegidos. Su vocación es universal: la ciudad de todos. La Jerusalén del cielo, que Juan ve descender engalanada como una novia adornada para su esposo. Ella tiene como defensa a Dios mismo y en ella se manifiesta la gloria de Dios.
Por eso el gozo y alegría de Jerusalén nacen der ser el lugar en el que Dios habita.
¿De qué día se trata? Del día del Señor y ese día no tiene ocaso porque lo llena el Resucitado por quien se congregan todas las naciones.
El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño
Las referencias de Zacarías al cuidado que Dios prodiga a su pueblo, que como hemos visto, integra a todas las naciones, quedan recogidas en la antífona del salmo interleccional. Dios, al modo de un buen pastor, vela por todos y al mismo tiempo todos los pueblos escucharán su voz. Una voz que alerta, enseña, sostiene y conduce hacia los bienes por él preparados con proyección universal.
El cuarto domingo de Pascua celebramos al Buen Pastor, Jesucristo, que encarna en sí mismo la profecía: Yo suscitaré de en medio de vosotros un pastor conforme a mi corazón. Yo mismo pastorearé a mi pueblo.
La Jerusalén, ciudad abierta, de la que ha hablado Zacarías, se plasma en la Comunidad establecida por Jesús a partir de la Pascua. La Iglesia, abierta a todos para acoger a todos. Una apertura no selectiva, sino con voluntad universal para ofrecer espacio a todos, porque por todos entregó su vida y mostró su amor Jesucristo.
Jesús causa admiración
El pueblo sencillo se admira ante la enseñanza y las obras de Jesús. Ellos entienden lo que se contiene en su enseñanza y el asombro de traduce en adhesión y seguimiento. La gente lo busca, desea retenerlo, quieren estar con él porque se sienten, no solo bien, sino entendidos, acogidos y acompañados.
En este clima, podríamos decir de euforia, Jesús declara a los discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Continuamente repite esta comunicación a los más directos seguidores. Lamentablemente lo olvidamos y se nos va la vida en lamentaciones ante las dificultades y persecuciones, en la pérdida de relevancia social e influencia política a la que hemos estado acostumbrados. Pero está claro: Jesús exige escuchar con atención. No basta oír lo que dice, sino que procede atender con interés a lo que nos dice. La expresión “meteos bien en los oídos” resalta la necesidad de atender y además comprender.
San Lucas reseña dos dificultades: No entendían y les resultaba oscuro, no captaban el sentido. Lo natural habría sido buscar la clarificación de lo que se les está diciendo. Era necesario entender porque lo que se les pedirá para el seguimiento de Jesús es: Negarse así mismo, tomar la cruz cada día y seguirlo. Si el sentido no se entiende ¿se podrá dar una respuesta adecuada? ¿Se podrá seguir a Jesús?
Termina el pasaje indicando San Lucas: “Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto”. Es una salida bastante común: mejor no pedir explicaciones para no verse involucrados en lo que se dice. Pedir explicaciones conduce a complicar la vida. Mejor no pedirlas y quedar tranquilos. Esa parece ser una actitud muy común.
En nuestros días, mejor aferrarnos a lo ya sabido y no prestar oídos a lo nuevo, siempre objeto de sospecha de atentado a una tradición que hemos petrificado. El miedo a la novedad que el Espíritu resalta en el mensaje antiguo y siempre nuevo del evangelio, se alza como una salida desafortunada a las exigencias de Jesús.
¿Nos paraliza el miedo?
¿Entendemos las exigencias actualizadas que Jesús nos presenta?
Fr. Antonio Bueno Espinar O.P. Convento de Santa Cruz la Real (Granada)
Lectura del santo evangelio según san Juan 1,47-51
En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?».
Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores».
Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Reflexión del Evangelio de hoy
Vi que colocaban unos tronos
La contemplación de la gloria de Dios la encontramos descrita en distintos pasajes de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Es difícil apropiarse de las imágenes que son trasmitidas en ellas: fuego inextinguible en altísimas columnas, ancianos con cabellos tan blancos como sus vestiduras, de un blanco radiante, emisor de una luz cegadora; tronos y carros de oro, tan refulgentes, que parece desprenderse de ellos llamaradas de fuego. Así se describe el poder de Dios en una imagen que nos puede recordar a la de un gran guerrero que ha terminado su combate alcanzando la victoria total. De esta manera imaginamos el bien absoluto, poderoso, aniquilador de todo mal y del oscuro rastro que deja su profunda herida. Podríamos hablar de un poder cauterizador, como el del fuego, que cura enérgica y definitivamente.
La imagen no se agota con esta impactante Presencia pues entra en la escena descrita una “especie de hijo de hombre”, a decir del profeta Daniel, un personaje con aspecto humano al que se le conceden todos los honores de la victoria y el poder de reinar sobre el pueblo santo, límpido, iluminado por la gloria de Dios. Recordamos el cántico de liturgia de vísperas tomado de la Carta de San Pablo a los Colosenses, en el que escuchamos algo más de este Hijo de Hombre como imagen misma de Dios, Jesucristo como morada de la gloria de Dios en su plenitud.
La imagen de Dios es impresionante, demasiado potente para ser vista por ojos humanos. Con Jesús ha llegado hasta nosotros y hemos podido reconocerla y la hemos acogido con sencillez, como María acogió el mensaje del ángel Gabriel y lo guardó, custodiando en su corazón la grandeza de la gloria de Dios anunciada por boca de su mensajero.
Hoy, que celebramos la fiesta de los Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel, nos unimos a ella en el recitado del Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» y transitamos hacia la celestial escena que nos describe Jesús en el siguiente pasaje del evangelio de San Juan.
Antes, te vi
En el breve evangelio de este viernes, escuchamos a Natanael confesar que Jesús era Hijo de Dios y Rey de Israel. Jesús describe a Natanael detalles de la escena que acabamos de leer en la Profecía de Daniel, en esta ocasión, con ángeles que danzan sobre el Hijo. El subir y bajar de los ángeles de Dios nos permite establecer conexión con el cielo, una comunicación que es, ante todo, escucha, porque Dios tiene algo que decirnos a cada uno de nosotros, a través de Jesús.
Leí un bonito ensayo de unos conocidos antropólogos franceses titulado: El silencio y la palabra contra los excesos de la comunicación, que me pareció luminoso. Hoy vivimos hiperconectados, inmersos en un trasiego comunicativo que provoca un ruido ensordecedor, ruido que nos anestesia frente a la palabra. La palabra necesita silencio para ser engendrada y necesita silencio para ser acogida. Las entrañas silenciosas de María acogieron la palabra. Natanael recibió la palabra antes de ver a Jesús porque Dios ya se había comunicado con él. En la nueva escena vemos la gloria de Dios que se desvela, y revela, lo que ni hemos recibido por herencia biológica ni por mediación humana.
Dña. Micaela Bunes Portillo OP Fraternidad Laical de Santo Domingo de Murcia
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 7-9
En aquel tiempo, el tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba sobre Jesús y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?».
Y tenía ganas de verlo.
Reflexión del Evangelio de hoy
No descuidar el lugar de Dios en nuestra vida
El profeta Ageo nos describe la situación que vive el pueblo al regreso del exilio. Su leguaje es sencillo, directo y claro. Su atención está puesta en los retos que presenta la vida cotidiana del retorno. El regreso es duro, todo está por hacer y se vive el día a día.
En el pasaje que leemos hoy, el profeta pone de manifiesto el conflicto de prioridades que se está viviendo. El tiempo y el esfuerzo se dedican a afianzar la situación personal de cada uno y se pospone la reconstrucción del Templo. El Templo pone de manifiesto la presencia de Dios en medio de su pueblo. Por esto el profeta exhorta a reconstruir el Templo. Es necesario no perder la dimensión espiritual y social a la hora de comprometer nuestro esfuerzo en reconstruir de esta nueva etapa.
Hoy también enfrentamos muchos retos. Es necesario tener una visión integral de la vida desde nuestra experiencia de Dios. Vencer la tentación de quedarnos solo en lo individual y particular.
Dejaros interpelar por la persona de Jesús
El evangelio de Lucas nos brinda, entre la misión de los Doce y la multiplicación de los panes, la pregunta de Herodes sobre quién es Jesús. Una pregunta que se sitúa en el ámbito de la curiosidad y es importante darnos cuenta de esto. La curiosidad puede llamar nuestra atención, pero es algo pasajero y momentáneo. La curiosidad para propiciar un crecimiento necesita de nuestra atención y cuestionamiento constante. Entonces nos encaminamos a pasar de la curiosidad a la actitud religiosa que propicia el encuentro con el misterio de la persona de Jesús. Quienes estudian el fenómeno religioso dicen que “el misterio se le presenta al ser humano como realidad suprema en relación a la realidad mundana y al mismo de la persona. No se la puede dominar, domesticar, poseer. Más bien se vive la experiencia de ser poseído por ella.”
La curiosidad de Herodes solo se queda en un nivel superficial. Por eso cuando se dé el encuentro con Jesús querrá exhibirlo y manipularlo, pero no le interesará realmente conocerlo. La curiosidad que suscita una actitud religiosa busca el encuentro, se abre al misterio del otro y permite abrir el corazón a la fe.
También hoy estamos llamados a dejarnos interpelar por la persona de Jesús, por sus palabras, por sus gestos, por sus sentimientos no como algo pasajero sino como una realidad que nos lleva a la trascendencia, a ir siempre más allá. Ya nos recordaba Juan Martín Velasco: “La relación religiosa es una relación interpersonal en la que el Tú absoluto se hace invitación al hombre, y con ella, posibilita la respuesta en la que el hombre se entrega para salvarse y realizarse”. Que cada día podamos crecer en esta relación con Jesús.
Fray Edgardo César Quintana O.P. Casa Stmo. Cristo de la Victoria (Vigo)
Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,1-6)
En aquel tiempo, habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades.
Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: «No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco tengáis dos túnicas cada uno.
Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si algunos no os reciben, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de vuestros pies, como testimonio contra ellos».
Se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes.
Reflexión del Evangelio de hoy
Jesús les dio poder y autoridad…, y los envió…
Hoy hacemos memoria de S. Vicente de Paúl. Santo muy querido y reconocido en la iglesia y en la sociedad. Nació en 1581 en Francia. Fue ordenado sacerdote con solo 19 años. Ya en los primeros años de su vida sacerdotal desarrolló una gran sensibilidad y creatividad en su misión. Siendo tutor de los hijos de los marqueses de Gondi, fue aquí donde Vicente se dio cuenta por primera vez de la enorme brecha entre ricos y pobres, no sólo desde el punto de vista material y social, sino también desde el cultural y moral.
En el transcurso de su vida apostólica irá descubriendo “que es la Caridad la que mueve el mundo”, esto le lleva a desarrollar varias asociaciones que dan pie a las congregaciones de las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión o Lazaristas. Murió en París el 27 de septiembre de 1660. No dejó nada escrito, su obra maestra era la Caridad. La espiritualidad vicentina tiene su base en el doble descubrimiento de Cristo y de los pobres: oración y acción: un compromiso que está en el mundo y para el mundo, y se concreta tanto en la evangelización como en la promoción humana.
De rodillas alcé mis manos al Señor mi Dios
Hemos escuchado y conocido el contenido de la oración de Esdras a Yahvé su Dios. Para poder entender todo lo que conlleva y el porqué de la situación que describen sus palabras, los invito a leer el contexto en el libro de Esdras, dónde se describe la vida, el desarrollo, y el deterioro moral y espiritual de un gran número de los que habían sido deportados a Babilonia, que habían con-vivido y actuado como los pueblos paganos e idólatras y que a pesar de volver con Esdras a Jerusalén para restaurar el templo de Dios, no habían modificado su forma de vivir y actuar.
Esdras, ya en Jerusalén, conoce esta situación que le causa tanta congoja y desolación llevándole a esa situación que él mismo describe en su oración como un momento de luto y penitencia., de desgarro. Clama personalmente a su Dios exponiéndole la situación de su pueblo y que él hace suya: “estamos hundidos en nuestros pecados y nuestro delito es tan grande que llega al cielo” (v.6). No se queda ahí, sino que se remonta a las generaciones de sus padres para seguir expresando a Dios sus pecados y como Tú, ¡oh Dios! , les has castigado llevando los al exilio y a ser casi exterminados como pueblo.
Todo esto que podría hundir personalmente a Esdras, le da aliento hasta reconocer la grandeza de Dios y la compasión que en este momento practica con ellos. La experiencia de fe de este hombre creyente es tan grande y esperanzadora que le lleva a reconocer y confiar “en ese resto “ (So 3,13 ) Dios, “nos ha concedido la gracia de dejarnos algunos un Resto y de darnos una liberación en su lugar santo”(v8) Así de grande siente Esdras la misericordia y protección de Yahvé. Esto le sostendrá para guiar en Jerusalén al pueblo de Israel.
Jesús les dio poder y autoridad…, y los envió…
El evangelio que hemos escuchado nos trae la descripción de la misión que los Doce recibieron de Jesús. Lc nos dice: “convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para sanar las enfermedades” (v 1), es decir que antes de ser enviados a la misión, les re-viste y traspasa algo de lo que Él posee. Jesús da, antes de mandar, y no envía a nadie a realizar una misión, por ejemplo sembrar un campo con las manos vacías. Les dio poder -capacidad para realizar el trabajo- y autoridad –derecho y obligación de realizarlo. No se puede seguir a Jesús y escuchar su llamamiento si no se está dispuesto a colaborar con Él en su obra. A todos y todas de alguna forma nos ha capacitado para aportar mi granito de arena en la construcción de su Reino.
Los discípulos están llamados y enviados a realizar la misma misión de su Maestro. Ellos lo entendieron maravillosamente después de la Resurrección y se apresuraron a realizar el mandato de Jesús que Mateo presenta al final de su evangelio (Mt, 28,18-20).
También hoy sigue necesitándonos y confiándonos la continuidad de su obra en la historia, en esta sociedad concreta nuestra. La Iglesia con seguridad existe para evangelizar, actualizando el mensaje del evangelio: anunciar con hechos y palabras la presencia del amor salvador de Dios a toda la humanidad. Pidamos al Espíritu que ilumine nuestro caminar.
El mandato de Jesús a sus discípulos es claro y concreto, no les envía a exponer una doctrina extensa y compleja, sino a transmitir una forma de vida, ellos han compartido la vida de Jesús, le ven vivir y actuar, por eso no les da instrucciones sobre lo que tendrán que decir sino cómo deben presentarse: “No lleven nada para el camino, ni bastón, ni provisiones, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir”. Estas palabras de Jesús no necesitan explicación, me faltan las palabras para expresar el asombro que sigue produciendo y produciéndome tal mandato, ¿cómo estamos realizando la misión? Sigamos orando y confiando en la misericordia y compasión de nuestro Dios. Él conoce la fragilidad de la vasija que somos los seres humanos y aún nos ha confiado el tesoro de implicarnos en la evangelización. ¡Deo gratias! No podemos cansarnos nunca de hacerlo, Él sigue actuando.
Hna. Virgilia León Garrido O.P. Congregación Romana de Santo Domingo
Lectura del santo evangelio según san Lucas 8, 19-21
En aquel tiempo, vinieron a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces le avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte». Él respondió diciéndoles: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Reflexión del Evangelio de hoy
Celebraron con júbilo la dedicación del templo
En la primera lectura, vemos cómo el Rey Darío ordena la reconstrucción del templo, usando de los fondos reales con generosidad y a su tiempo, sin interrupción, de tal manera que, durante su reinado, el templo es reconstruido en su totalidad, y los judíos “celebraron con júbilo la dedicación del templo”. El pueblo judío se prepara a celebrar la Pascua ofreciendo sacrificios expiatorios por sus pecados, ofreciendo gran cantidad de animales en holocausto para ello.
Así es como el pueblo de Israel ve cumplida la promesa del Señor, “Jerusalén serás reconstruida” (Jr 30, 18-22) Esta reconstrucción pasa principalmente por la edificación del templo, centro de la vida del pueblo elegido. Por eso, todo el pueblo celebra con gran fiesta la dedicación del Templo, por fin pueden dar culto a Dios en un lugar digno y grandioso. ¿Qué nos dice esto hoy a nosotros?
En el Nuevo Testamento, san Pablo nos habla repetidas veces sobre el nuevo templo de Dios, que somos nosotros mismos (1 Cor 3, 16). Jesucristo, con su Pasión, Muerte y Resurrección, destruyó el antiguo templo de Jerusalén, y lo levantó en tres días, haciendo algo totalmente nuevo: ofreció su propio cuerpo como víctima de expiación, por nuestra salvación y la redención de todos los hombres. Jesús, amándonos hasta el extremo, con una muerte de cruz, nos hizo junto con Él, templos vivos donde habita en cada de nosotros el Espíritu Santo.
Sin embargo, cuando nos dejamos llevar de la esclavitud del pecado y nos alejamos del Señor, estamos destruyendo el templo que Dios ha construido en nosotros, no dejamos que el Espíritu actúe y nos libere; para ello, el cristiano acude a los Sacramentos, para ser liberado y dejarse reconstruir por el Espíritu del Dios vivo. Con el Sacramento de la Penitencia, permitimos que Dios borre todo rastro de pecado en nosotros, que sane nuestras heridas y nos alegremos por su obra en nosotros. En definitiva, ser reconstruidos por Dios, nos hace pasar de la muerte a la Vida, celebrando Pascua con júbilo eterno, sabiendo que somos hijos del Padre, y que en Él nos movemos y existimos.
Mi madre y mis hermanos son estos, los que escuchan la Palabra y la ponen por obra
En el Evangelio vemos cómo la madre de Jesús y sus parientes cercanos intentaban acercarse a Él, pero “a causa del gentío no lo lograban”. Muchas veces contemplamos a Jesús rodeado de mucha gente, así nos lo cuentan los evangelistas, el Maestro andaba rodeado de gente que buscaba un milagro, una curación, buscaban ser saciados en su pobreza, veían en Jesús el líder que les daba todo aquello que necesitaban.
Sin embargo, Jesús en este Evangelio, nos señala lo importante, lo que nos hace seguidores suyos, hijos del Padre. La gente lo avisa de que su familia lo está buscando. Y parece que Jesús contesta de manera distante diciendo: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?”. Leemos esto y parece que Jesús no reconoce a los suyos; nada más lejos de la realidad. Jesús, con esta pregunta, quiere que todo aquel que lo escucha sea también parte de su familia, que todos y cada uno de nosotros seamos parte de Él, de su Reino, que seamos verdaderos discípulos suyos, no de una forma lejana, sino de una forma única y personal.
“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra”. Con esto, Jesús ensalza de una forma sublime a su propia madre, poniéndola como modelo y guía en la escucha de la Palabra. María abrió el oído y el corazón para acoger la Palabra de Dios en su vida, dejó que actuara en ella el Espíritu Santo sin límites, con una plena confianza en el designio de Dios sobre ella y sobre la historia de la humanidad. A esto nos llama hoy el Señor, a escuchar su Palabra, y ponerla por obra siguiendo a Jesús de cerca, sin miedo, de la mano de María, con confianza, viviendo de la fe que sostiene toda nuestra vida y nos impulsa a la Buena Nueva a todos los confines de la tierra.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 8,16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío: «Nadie ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama; sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Mirad, pues, cómo oís. pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».
Reflexión del Evangelio de hoy
Reedificar el Templo del Señor
En este inicio del Libro de Esdras, se relata la reconstrucción del Templo de Jerusalén a la vuelta del destierro de Babilonia. Se pide ayuda material “a todos los judíos supervivientes, donde quieran que residan”. Bien está esta reedificación de este Templo tan importante para el pueblo judío, como nos lo demuestra una de las acusaciones contra Jesús ante el Sanedrín para condenarle a muerte: “Nosotros le hemos oído decir: yo destruiré este santuario hecho por mano de hombre, y en tres días levantaré otro que no será hecho por manos humanas”. También Jesús se acercó con frecuencia al Templo para predicar: “enseñaba durante el día en el templo” (Lc 21,27). Bien está que nosotros, los cristianos, edifiquemos templos materiales para acercarnos a Dios, adorarle, darle culto, escucharle, hablarle, participar en la eucaristía… Pero sabemos, en primer lugar, que el verdadero Templo de Dios es Jesús, en quien “habita la plenitud de la divinidad”, a quien siempre tenemos a mano, estemos donde estemos. En segundo lugar, todo en el cristianismo, incluida la acción litúrgica en nuestros templos, busca la edificación de los templos vivos, los templos del Espíritu Santo, que somos cada cristiano, y también la edificación de la comunidad de seguidores de Cristo, que es la iglesia. Hay que darle lo suyo a cada uno de estos tres templos.
Para que los que entran tengan luz
Jesús emplea cosas de sentido común para aplicarlas después a “lo suyo”, a la proclamación del evangelio. Es de sentido común que nadie enciende un candil para ponerlo debajo de la cama, porque el candil, el portador de luz, está para alumbrar a los que entran en la casa. Pues eso mismo tenemos que hacer con la luz que es el evangelio. No la debemos guardar escondida, sino que la debemos hacer llegar a cuanta más gente mejor, para que no ande en tinieblas. Lo debemos hacer por dos caminos. Con nuestras palabras y con nuestras obras: “Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos”. Jesús nos regala su luz para que nosotros con ella iluminemos a nuestros hermanos. Siempre mejor la luz que la oscuridad.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P. Convento de Santo Domingo (Oviedo)
En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.
Reflexión del Evangelio de hoy
Por sus frutos los conoceréis
Dos son los criterios para distinguir si estamos ante un maestro verdadero o falso. El verdadero se atiene a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que armoniza con la piedad. El falso, al contrario, se caracteriza por su afán de disputas y palabrerías; por provocar envidias y discordias; por dar juicios al margen de la verdad y por traficar con la piedad. Sigue dando luz la recomendación de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis”.
La actitud de Timoteo es otra. Sigue los pasos de Pablo como éste los de Cristo. Él es el verdadero modelo de conducta para los pastores, pues no negó ante Pilato. Al revés, dio público testimonio de su realeza mesiánica y de su función como enviado divino para revelar la Verdad a los hombres. Fue fiel hasta el final.
Timoteo, colaborador del Apóstol, tendrá que esforzarse por recordar que adquirió unos compromisos al bautizarse, o al recibir la imposición de manos, que ahora debe cumplir. Su tarea principal -guardar el mandamiento de mantener el depósito de la fe o Evangelio sin mancha ni reproche-.
La imagen que envuelve todo el pasaje, es la de un combate sin tregua ni reposo, librado hasta el final.
Compañeros de camino
Una de las cosas que escandalizó más a los fariseos fue la acogida de Jesús a los pecadores.
Los fariseos, según el pensamiento general de Israel, creían que Dios los rechazaba y condenaba. Quienes se creen justos, conservan en buena parte, su justicia a base de despreciar a los pecadores y mantenerse alejados de ellos. Como si pensaran que su santidad brilla más cuanto más abajen al que consideran pecador.
¿Podríamos afirmar, con verdad, que esta manera farisea de ver las cosas ha desaparecido de nuestra sociedad actual?
Este evangelio presta gran atención a la presencia de las mujeres. Una vez más resalta el cuidado de la mujer, tan poco apreciada en aquel tiempo y todavía hoy en muchos lugares del mundo.
San Lucas nos transmite una primera enseñanza de Jesús en parábolas, se trata de señalar las disposiciones para acoger su palabra, pero antes dice quienes le acompañan.
A la presencia de los Doce junta la de unas mujeres. Algunas han sido curadas por Él. Todas sirven y ayudan económicamente a la comunidad.
¿Eres acogedor con el prójimo?
¿Y con los que no piensan igual que tú?
¿Crees que hoy día la mujer está poco apreciada?
Dña. Montserrat Palet Dalmases Fraternidad Laical de Santo Domingo (Barcelona)
Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado en la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos, sino a los pecadores».
Reflexión del Evangelio de hoy
Os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados
San Pablo comienza con una exhortación a los seguidores de Cristo, a aquellos que son llamados a implantar el Reino de Dios para que tomen conciencia de lo importante que es el seguimiento. Hay que ser coherentes. Aquellos que se han dejado seducir por la figura de Jesús, se les pide que tengan las mismas actitudes que tuvo el Maestro de Nazaret. Prolongar aquí en la tierra y en medio de los hermanos el rostro compasivo de Dios.
La vocación a la que habéis sido llamados exige un proceso de crecimiento, maduración. Antiguamente se denominaba «camino de perfección» el abrazar la vida religiosa y hoy día el llamamiento es a todos los bautizados «camino de santidad», en los distintos estados en los que se pueda encontrar la persona. De este modo, podremos alcanzar la plenitud de la persona, que es tomar la forma de Cristo: «cristificarnos». Eso nos va a llevar a vivir en coherencia y fidelidad nuestra fe, y, de este modo, humildad, amabilidad, comprensión, unidad, comunión, paz, hace que en la vida dejemos las mismas huellas de amor que dejó Jesús. Así, con ese testimonio se va construyendo, edificando, el «Cuerpo de Cristo», como armazón que sigue acogiendo, perdonando, abrazando, a una sociedad que tiene muchas heridas.
“Sígueme”. Él se levantó y lo siguió
Los textos que tratan sobre la llama nos hacen caer en la cuenta del proceso de transformación que experimenta aquella persona a la que Jesús llama a su seguimiento. Mateo, sentado en lo cotidiano de su vida. Rumiando la rutina. Sobre él caía la etiqueta de que no era buena persona, ya que, estaba de parte de un imperio que acosaba al pueblo judío. Lastras que caen sobre las personas y que difícilmente podemos llegar a quitar. Jesús, no se fija en eso, sino en el corazón. Precisamente, de esa situación, Jesús se vale para dar una enseñanza magistral al que por el contrario estaba en una situación de superioridad (fariseo). A los que llevan la etiqueta de buenos porque cumplen con lo prescrito por la ley. Pero ¿Qué hay realmente en el corazón de cada uno de estos grupos? ¿Quién puede querer más a Jesús?
Mateo hace su proceso, está abierto a lo que Jesús disponga de él. A la llamada le sigue la acción: «Levantarse». De lo que puedan pensar los demás, de la etiqueta, del rechazo que pueda generar esa persona, Jesús, lo transforma en un potencial. Sígueme, es decir, te ofrezco un futuro lleno de posibilidades, un horizonte que habla de plenitud, un trabajo a implantar el Reino. «Resucitar» de una situación que llega a ser extenuante, el rechazo y la habladuría continua, que mina a la persona, porque a lo mejor la vida no le ha abierto las mismas posibilidades que a otros que ahora se encuentran en una condición de jueces inmisericordes: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?» La etiqueta pesa mucho, hace mal sobre la persona que recae. Jesús libera: «Ven conmigo».
El texto es realmente significativo en este aspecto. Jesús, viene con una enseñanza clara, quiere que aquellos que están «enfermos» a causa del pecado, de la dureza de su corazón, puedan entrar a comprender el sentido que tiene la vida según el evangelio. Este grupo que está en la casa, participando en la intimidad junto al Maestro, se sienten superiores a los demás, mejores, con «derecho a». Con una conciencia moral por encima del resto de los convidados. Desprecian a otros y no están dispuestos a que participen de la gracia que toca en suerte a los hijos de Dios. Como si se tratase de un reducto, a los que se les cuelga la etiqueta, y que ya no se puede hacer ni esperar nada de estas personas.
Sin embargo, estos fariseos, que se consideran de una talla superior, son los que de alguna manera están llamados al cambio, a abrirse y descubrir el proyecto de un Dios que tiene entrañas de compasión. No comprenden en lenguaje de Jesús, son los del corazón embotado por un ego y orgullo un tanto desacerbado, eso les lleva a que en su vivencia de la fe sea: «Tienen ojos y no ven» (Sal 115,5). Hay una experiencia religiosa que no han sabido encauzar para dejarse del rigorismo de la ley y abrirse a un Dios que es auxilio, que te acompaña en el vivir cotidiano. Ahí reside la fuerza de esa llamada de Jesús a despertar, ya que no han comprendido, que el Mesías sea capaz de convocarlos a una mesa como hermanos y que Dios tenga entrañas de misericordia.
La llamada a trabajar en el Reino de Dios, no es a cumplir la ley a raja tabla, sino a tener esos sentimientos que tiene el Mismo Jesús: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5). Que se abaja y que busca la voluntad de Dios en su vida, que entiende el gran regalo y el don de tener a Dios como «Abba», y eso te lleva a ser hermano del que está excluido. De este modo, brota la misericordia, al percibir en tu propia historia personal la mirada de un Dios que te busca con un amor incondicional y te invita a que vivas desde esa dinámica de regalar lo que de Él recibes cada día gratis. Así cobra sentido el «ven y sígueme» que no se apoya en la fragilidad humana sino en la Gracia del que llama y potencia para el seguimiento.
Fray Juan Manuel Martínez Corral O.P. Real Convento de Nuestra Señora de Candelaria (Tenerife)
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 7,11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
Reflexión del Evangelio de hoy
El obispo tiene que ser irreprochable
Pablo le detalla a Timoteo las cualidades que deben tener los responsables de una comunidad cristiana, cualidades para desempeñar unas tareas poco valoradas en esos tiempos, como son el servicio y la administración. Habla de los que aspiran al cargo de obispo como algo digno de alabanza, pues denota una gran disponibilidad hacia la comunidad.
El título de “obispo” en este momento de la naciente Iglesia todavía aparece como sinónimo de presbítero; los obispos-presbíteros no sólo son administradores de lo temporal, sino que también están encargados de modo especial, de la enseñanza y del gobierno.
Todo lo que aquí se exige no es más que cuanto se puede esperar de un cristiano común, incluso de un hombre cualquiera, como mínimo de una conducta honrada: Se exige una vida conyugal irreprochable, sobriedad, ponderación, educación y hospitalidad, virtudes propias de un hombre público respetable. La capacidad de enseñar es también necesaria para desempeñar su cargo.
Se pide que el obispo no sea recién convertido para que no caiga en la tentación del orgullo. También se pide que el candidato goce de buena fama “entre los de fuera”, es decir, entre los no cristianos: esto redundará en bien de la Iglesia, ya que los cristianos viven en medio de los gentiles que juzgan por lo que se manifiesta exteriormente. Una conducta censurable de los cristianos daría “a los de fuera” derecho a rechazar el mensaje cristiano.
Las virtudes que se le piden al diácono, son también exigencias elementales encaminadas a evitar todo lo que puede causar disgusto y sufrimiento para los demás.
Las mujeres citadas en el v. 11 son las diaconisas, que también desempeñaban tareas de instrucción, de asistencia en el bautismo y de socorrer a las necesitadas, es decir, también eran “ministros” de la Iglesia, que desempeñaban un servicio público en la comunidad. Las cualidades que se les exigen son muy parecidas a las exigidas antes a los diáconos.
En definitiva, lo que se pide a los ministros de la Iglesia es integridad moral, rectitud humana y capacidad para relacionarse bien con las personas, pues estas cualidades son importantes en la tarea de la difusión de la fe. Y esto vale para todo cristiano.
¡Muchacho, a ti te digo, levántate!
El encuentro de Jesús con la viuda de Naín, cuando ésta se dirigía a enterrar a su único hijo nos habla del profundo dolor del corazón humano ante el misterio de la muerte, y de la misericordia del corazón de Cristo con los que sufren.
Jesús, en esta ocasión, se siente especialmente conmovido. Se trata del entierro del hijo único de una madre viuda. En tiempos de Jesús, el padre de familia era la garantía del sustento familiar. Estamos ante una madre, viuda y con su único hijo muerto, y por tanto, sin el apoyo necesario para sobrevivir.
Dice el texto que al verla «se compadeció de ella» y, delante de todos, le dijo: «No llores». Son palabras de consuelo, compasión y misericordia de Jesús ante una mujer que sufre. A diferencia de otros relatos de curación y milagros, el texto no habla de la fe de la viuda, ni de una petición de ayuda, sino de la compasión de Cristo, que toma la iniciativa, y, con un gesto cargado de autoridad tocó el féretro, y los que lo llevaban se detienen sorprendidos de que no tuviera miedo de incurrir en impureza legal.
Jesús no ora a Dios para que volviera a la vida, sino que pronuncia, por su propia autoridad, en cuanto Señor, la orden dirigida directamente al muerto. Y con sólo su palabra —«muchacho, levántate»— resucitó al muerto. El que con la autoridad de unas palabras hace lo que dice, sólo puede ser Dios. La Vida se hacía presente para vencer la muerte. No hay mejor forma de autoproclamarse Dios sin necesidad de decirlo expresamente.
En la tradición judía, Dios es considerado como aquel que hace lo que dice. La resurrección del hijo de la viuda de Naín es una prueba de la presencia de Dios entre los hombres. De ahí que los testigos del hecho, según dice el evangelista, sobrecogidos, glorificaban a Dios y decían: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros, Dios ha visitado a su pueblo».
Lucas presenta este relato subrayando claramente dos ideas. Por un lado, que Jesús es Dios, el Hijo de Dios, que tiene autoridad para hacer obras maravillosas; que se compadece del dolor humano y ama a los hombres. Y, por otro lado, que es el Señor de la Vida, con poder sobre la muerte, más aún, que transforma la muerte en vida. Y este es el mensaje final de este relato evangélico: la última palabra no la tiene el mal, ni el pecado ni la muerte; la última palabra es de Dios y de la Vida. Ya lo dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 5, 24).
Jesús ha resucitado muertos: para enseñarnos que él es la Resurrección y la Vida y que creyendo en él participaremos en su misma resurrección.