Reflexión del Evangelio de hoy
Primera lectura
Es el anuncio profético de la maternidad virginal de María. Así se ha visto desde el principio de la fe cristiana. Es relevante que aparece uno de los dos nombres que se le darán a Jesús. Enmanuel, “Dios-con-nosotros”. Nombre superado por la realidad de Jesús, que es: “Dios uno de nosotros”
Salmo
“Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. En el salmo alguien se dirige a Dios proclamando que más que sacrificios, actos de culto, lo que Dios quiere es que se haga su voluntad. Esa actitud la tradición cristiana la ha visto reflejada en María en el momento en que el ángel le anuncia su “imposible” maternidad: “hágase en mí, según tu palabra”. No olvidemos que hasta la reforma litúrgica del Vaticano II, esta solemnidad se entendía como solemnidad mariana, no cristológica: Era la Anunciación a María, y no la Anunciación del Señor.
Segunda lectura
El texto insiste en lo mismo que proclamaba el salmista: lo que de verdad quiere Dios es que hagamos su voluntad. Eso es lo que nos santifica, lo que nos une al único y definitivo sacrifico, el de Cristo, que es el factor santificador nuestro.
Evangelio
Conocemos bien el relato de Lucas. Fiel a dar protagonismo en la infancia de Jesús a María, la ve como quien autorizó en su seno la encarnación -tomar carne- de quien “será grande, se llamará el Hijo del Altísimo” … reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. Lo aceptó en medio de dudas, que el ángel quiere disipar con el anuncio de otra maternidad imposible, pero real, la de su anciana pariente Isabel.
La fiesta fue durante tiempo, la más relevante de las comunidades cristianas, tras la Pascua. Luego obtuvo un mayor protagonismo en el pueblo el Nacimiento de Jesús. Y es que este día de la Anunciación es también el de la Encarnación, el día en que toma carne, nuestra carne humana el mismo Dios. Es el día del misterio básico de la fe cristiana.
Este año la solemnidad no se celebra nueve meses antes de la fiesta de la Navidad, porque ese día estábamos en la Semana Santa. Al celebrarlo después de la octava de Pascua, nos permite celebrar los orígenes de la celebración pascual. El triunfo de la vida sobre la muerte exigió la existencia de esa vida humana en el Crucificado y Resucitado, Jesús hijo de María. Dios asumió en el seno de María nuestra carne, nuestra naturaleza. “El Hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, a todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Gaudium et spes 22). El inicio de esto es lo que celebramos hoy.
Ante todo, hemos de celebrarlo, sin las exterioridades de la Navidad, quizás más hondamente.
Hemos de reflexionar sobre qué exigencias brotan de que nuestra condición humana haya sido – es – la del mismo Dios: él la asumió, en el seno de María, en Jesús. De ello se deriva la excepcional dignidad, a veces hoy olvidada, en medio de toda la creación, del ser humano.
Fray Juan José de León Lastra O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)