Evangelio del día

Padre Pedro Brassesco

Reflexión del Evangelio de hoy

Primera lectura

Es el anuncio profético de la maternidad virginal de María. Así se ha visto desde el principio de la fe cristiana. Es relevante que aparece uno de los dos nombres que se le darán a Jesús. Enmanuel, “Dios-con-nosotros”. Nombre superado por la realidad de Jesús, que es: “Dios uno de nosotros”

Salmo

“Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. En el salmo alguien se dirige a Dios proclamando que más que sacrificios, actos de culto, lo que Dios quiere es que se haga su voluntad. Esa actitud la tradición cristiana la ha visto reflejada en María en el momento en que el ángel le anuncia su “imposible” maternidad: “hágase en mí, según tu palabra”. No olvidemos que hasta la reforma litúrgica del Vaticano II, esta solemnidad se entendía como solemnidad mariana, no cristológica: Era la Anunciación a María, y no la Anunciación del Señor.

Segunda lectura

El texto insiste en lo mismo que proclamaba el salmista: lo que de verdad quiere Dios es que hagamos su voluntad. Eso es lo que nos santifica, lo que nos une al único y definitivo sacrifico, el de Cristo, que es el factor santificador nuestro.

Evangelio

Conocemos bien el relato de Lucas. Fiel a dar protagonismo en la infancia de Jesús a María, la ve como quien autorizó en su seno la encarnación -tomar carne- de quien “será grande, se llamará el Hijo del Altísimo” … reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. Lo aceptó en medio de dudas, que el ángel quiere disipar con el anuncio de otra maternidad imposible, pero real, la de su anciana pariente Isabel.

La fiesta fue durante tiempo, la más relevante de las comunidades cristianas, tras la Pascua. Luego obtuvo un mayor protagonismo en el pueblo el Nacimiento de Jesús. Y es que este día de la Anunciación es también el de la Encarnación, el día en que toma carne, nuestra carne humana el mismo Dios. Es el día del misterio básico de la fe cristiana.

Este año la solemnidad no se celebra nueve meses antes de la fiesta de la Navidad, porque ese día estábamos en la Semana Santa. Al celebrarlo después de la octava de Pascua, nos permite celebrar los orígenes de la celebración pascual. El triunfo de la vida sobre la muerte exigió la existencia de esa vida humana en el Crucificado y Resucitado, Jesús hijo de María. Dios asumió en el seno de María nuestra carne, nuestra naturaleza. “El Hijo de Dios, con su encarnación se ha unido, en cierto modo, a todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre” (Gaudium et spes 22). El inicio de esto es lo que celebramos hoy.

Ante todo, hemos de celebrarlo, sin las exterioridades de la Navidad, quizás más hondamente.

Hemos de reflexionar sobre qué exigencias brotan de que nuestra condición humana haya sido – es – la del mismo Dios: él la asumió, en el seno de María, en Jesús. De ello se deriva la excepcional dignidad, a veces hoy olvidada, en medio de toda la creación, del ser humano.

Fray Juan José de León Lastra O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)


Evangelio del día

Evangelio del sábado 6 de abril de 2024

Padre Pedro Brassesco
Lectura del santo evangelio según san Marcos 16, 9-15

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.

Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.

Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.

También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.

Y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación».

Reflexión del Evangelio de hoy

No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído  

Bien distinta la postura de los “sumos sacerdotes y ancianos” y la de los apósteles, después de la resurrección de Jesús. Los primeros buscaban que no se volviese a hablar de Jesús, de su mensaje y de su resurrección. Querían que Jesús muriese para siempre en el corazón de los hombres. Para ello, llamaron a Pedro y Juan y “les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús”. En cambio, los apóstoles no hacen más que proclamar a Jesús y toda su buena noticia, insistiendo en su resurrección. Con el poder recibido curan a un lisiado.

Ante la postura prohibicionista de las autoridades judías, la respuesta de los apóstoles es bien clara: “Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído”. También nosotros, cristianos de 2024, podemos dar esa misma respuesta. Y la razón es bien clara: tenemos que hablar de Jesús, de su vida, muerte y resurrección y de todas sus promesas, porque ahí hemos encontrado la mejor manera de vivir nuestra vida con sentido, con ilusión, con alegría. No es posible que nos callemos.

Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana…

Tenemos que admitir que, de entrada, nos cuesta reconocer y aceptar las buenas noticas, sobre todo, las muy buenas. Fue lo que les pasó a los apóstoles ante la resurrección de Jesús. Mira que se lo había anunciado varias veces mientras vivió con ellos, mira que María Magdalena y “otros dos” les dicen que se les ha aparecido a ellos… pero siguen en su incredulidad. Tiene que ser el mismo Jesús resucitado el que se acerque a ellos y les haga ver que es cierto, que realmente ha resucitado. Lo que supone que es verdad todo lo que Jesús les había enseñado, empezando porque él además de ser hombre es Dios, es el Hijo de Dios, y que su mensaje es el mejor que podían comunicar a los hombres para que disfrutasen de la vida y vida en abundancia. Por eso, acaba pidiéndoles: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación”.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)


Evangelio del día

Evangelio del viernes 5 de abril de 2024
Padre Pedro Brassesco
Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades, y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».

Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».

Ellos contestaron:
«No».

Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».

La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Reflexión del Evangelio de hoy

El reproche de los acomodados

Saber reconocer que otros son capaces de cambiar las situaciones injustas, hace que te muevas de tu zona de confort y que te plantees que tú también puedes colaborar en esa tarea, pero, si eso te supone plantearte la pregunta ¿Quiénes son estos para venir a decir o a hacer algo?, o lo que es lo mismo “¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso vosotros?” (Hacer el bien o un favor a un enfermo), entonces es que vives en una situación de comodidad y que, aunque no sea la mejor forma de vivir prefieres estar así que trabajar para que todo vaya mejor.

Quizá ese sea el problema o la realidad que vivimos hoy, mientras a mí no me influyan directamente los problemas mejor seguir así que involucrarme en tareas de mejorar, quien prefiere dar un poco más para hacer las cosas mejor está mal visto, porque hace que otros vean a quienes no se molestan en dar nada más allá de lo puramente exigido.

Es más fácil conseguir tus objetivos, aunque eso suponga perjudicar a otros, que descubrir cómo avanzar en equipo para alcanzar metas que favorezcan el bien común. Si lo único que me importa en la vida soy yo, puede que llegue un momento en que la vida se vuelva tan difícil de asimilar porque no tendré a nadie que esté cuando necesito ayuda, que esté para celebrar algo conmigo, que me pregunte cómo me va o me salude al cruzarse conmigo en el camino, porque esa ha sido mi actitud previa que ha provocado recoger lo que yo he sembrado.

¿Eres capaz de salir de tu comodidad y unirte a los proyectos que mejoran la realidad que te rodea?

No perder la esperanza

Un día te levantas sabiendo los retos con los que te vas a enfrentar, sabes cuáles son las posibilidades, sabes que, a pesar de tener todo bien preparado para que haya más posibilidades de que salga bien que de que salga mal, también hay factores que no puedes controlar y se puede desequilibrar la balanza y torcerse el resultado. No pierdas la esperanza.

Si todo estuviera verdaderamente claro y supiéramos que, como en matemáticas dos más dos son cuatro, la realidad sería completamente diferente, no habría retos, no nos plantearíamos preguntas, no habría cuestiones que resolver, pero para eso existe, al igual que en las matemáticas, las variables, la probabilidad y el infinito. Para eso es para lo que necesitamos la esperanza.

Después de un duro trabajo y unos resultados desfavorables o negativos, lo que apetece es desaparecer, borrar lo ocurrido de la mente, cambiar completamente la situación para que la pena, el miedo, la rabia, la frustración no nos ahoguen, es cierto, pero, a medida que va pasando el tiempo, descubres que hay dos caminos: o abandonar y dejar todo atrás porque no hay nada que hacer, o partiendo de lo vivido coger un impulso nuevo y descubrir las diferentes posibilidades que se presentan tras esa experiencia, analizando aquello que ha salido mal, lo que no fue una mala idea, lo que se hizo bien y con todo eso y sin perder la esperanza, seguir adelante, en el mismo lugar o en otro, pero siempre aprendiendo.

¿Qué camino quieres elegir? ¿Sabes que siempre vas a tener una buena compañía? ¿Prefieres rendirte o seguir intentándolo?

Hna. Macu Becerra O.P.
Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia


Evangelio del día

Evangelio del martes 2 de abril de 2024
Padre Pedro Brassesco
Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 11-18

En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.

Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».

Ella contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».

Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.

Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?».

Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».

Jesús le dice:
«¡María!».

Ella se vuelve y le dice.
«¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».

Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».

María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».

Reflexión del Evangelio de hoy

¿Qué tenemos que hacer?

A lo largo de esta semana vamos a compartir el testimonio de la comunidad cristiana primitiva animada por la fuerza del Espíritu de Cristo Resucitado.

La experiencia pascual nos hace salir de nuestros miedos, de nuestros desánimos, de nuestras frustraciones y nos impulsa a salir para compartir con otros. El testimonio de Pedro conmueve tanto a sus interlocutores que preguntan: ¿Qué debemos hacer? Para responder a esta pregunta el apóstol indica que la acción de Dios en nuestra vida y en la historia planea una nueva manera de vivir, pensar y relacionarse. El camino a seguir será la conversión y el bautismo. Tener una vida abierta al obrar de Dios que nos interpela, nos abre nuevos caminos y nos ayuda a profundizar en el verdadero sentido de la existencia. El bautismo será expresión de esta nueva vida. Como nos recordaba Ansel Grün: «El bautismo les hacía partícipes de la experiencia de una nueva cercanía de Dios y de un amor en el que se sabían amados incondicionalmente. El bautismo era para ellos la iniciación en el misterio de una vida redimida y liberada y en el misterio de un Dios que les acogía en la corriente de su amor divino.»

Mujer, ¿por qué lloras?

Los testimonios de las apariciones en la octava de Pascua nos ayudan a prolongar y profundizar en la experiencia del Resucitado. María Magdalena ha sido testigo privilegiado de este acontecimiento. Ella ha acompañado a Jesús en su camino. Estuvo en el momento de la cruz. Ahora está también presente junto al sepulcro. El dolor se transforma en impulso que la lleva a no cejar en su búsqueda del Señor. Hoy también vivimos tiempo de incertidumbre, de dolor y de búsqueda.

Timothy Radcliffe nos recuerda que «Jesús le dijo: María. Ella se volvió y le dijo en hebreo: »Raboni’ (que significa maestro)». Es preciso perder a Cristo si queremos encontrarlo otra vez, sorprendentemente vivo e inesperadamente cercano. Lo tenemos que dejar ir, quedar desconsolados, llorar por su ausencia, si queremos descubrir a un Dios más cercano a nosotros de lo nunca imaginado. Si no recorremos este camino, nos estancaremos en una pueril e infantil relación con Dios.»

La desorientación y la confusión son parte de esta experiencia que nos abre a una nueva intimidad con el Señor resucitado. Es precisamente desde esta vivencia que somos enviados como María Magdalena a ser testigos de la Resurrección. Este acontecimiento nos pone en marcha, nos hace implicarnos en nuestra realidad y nos lleva a un renovado compromiso. Es oportuno recordar la expresión del Papa Pablo VI que, proclamaban que la Pascua es el paso de vida de condiciones inhumanas a condiciones de vida humanas. Este sigue siendo el desafío del tiempo que vivimos.

Fray Edgardo César Quintana O.P.
Casa Stmo. Cristo de la Victoria (Vigo)


Evangelio del día

Padre Pedro Brassesco

Reflexión del Evangelio de hoy

Alegraos, no temáis

Cuando echamos una mirada a nuestra historia personal, experimentamos momentos de temor y momentos de alegría. Es difícil recuperar la alegría sin temor cuando la experiencia sufrida nos ha desencajado el alma, nos ha puesto a prueba la fe y ha atacado hasta sus cimientos el sentido de nuestra vida.

Es necesario que alguien como Jesús, quien se solidarizó con nuestra historia humana, anime nuestra esperanza y nos llame a mantener el coraje de nuestra alegría. Pero el camino del dolor no se supera sólo con unas palabras de aliento; se necesita dejar cicatrizar la herida.

Lo curioso no es sólo que has podido superar con paciencia la decepción, el desencanto, la enfermedad, la traición, la venganza, o la muerte de un ser querido. Sino que has podido contemplar una experiencia tan vital para la vida que ha sido Dios mismo quien te ha acompañado en ese camino donde sólo cabe la liberación.

Vivir un camino nuevo que me conduzca hacia una nueva alegría, alejándome de la cobardía, ha de ser un testimonio permanente para ser capaz de anunciar al mundo entero el gran acontecimiento del resucitado. Es en la alegría renovada donde se podrá ver con una mirada nueva al Señor resucitado, una vez vencida la muerte y el dolor.

No cabe duda que el único que conoce la verdad de la vida que has vivido eres tú. Tú sabes qué dolor te ha provocado tu propia debilidad, los momentos de incomprensión, aquellos días que las tinieblas inundaron tu espíritu y dejaste de sentir el cobijo de Dios. Otros, por interés o por dinero, inventarán historias para que tu verdad se disipe en la memoria de los que lucharon a tu lado, o fueron testigos de ello, creando así una historia paralela para ensombrecer tu imagen o tu propia visión de las cosas.

No temas, no hace falta convencer a la vida de las luchas por las que has pasado. En estos casos la mirada siempre será distinta cuando se es capaz de elevarla hacia aquel que la ilumina con mayor claridad. Dios estará siempre presente, como un amigo fiel, abriéndome paso al coraje de la alegría, y a una vida sin temor.

Fray Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)


Evangelio del Dia

Padre Pedro Brassesco

“ Aquí lo tenéis 

 La narración de la pasión de Jesús según San Juan es muy rica en matices. Destacamos una escena especial: “…y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: aquí lo tenéis”.

He aquí al hombre que lleva consigo el dolor de cada uno de nosotros, sus hijos. Ningún sufrimiento, ni el más escondido del último de los hombres, le es ajeno.

Ningún sufrimiento es inútil, ningún sufrimiento se pierde; he aquí al hombre que asume y da sentido a lo que la humanidad siente y padece.

Fr. Juan Luis Mediavilla García
Convento de Santa Sabina (Roma)


Evangelio del día

Evangelio del miércoles 27 de marzo de 2024
Padre Pedro Brassesco
Lectura del santo evangelio según san Mateo 26, 14-25

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».

Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».

Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».

Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».

Él respondió:
«Tú lo has dicho».

Reflexión del Evangelio de hoy

El día de los interrogantes

En la 1ª lectura de hoy, miércoles santo, del profeta Isaías (3º Cántico del Siervo de Yahvé) se hacen tres preguntas que bien podrían estar en boca de Jesús y no dejar de interpelarnos: “¿Quién pleiteará contra mí?” “¿Quién es mi rival?” “¿Quién probará que soy culpable?”

También nosotros, amaestrados por la Pascua de Jesús, debemos, como el Siervo, confiar plenamente en Dios. Estamos empeñados en una tarea cristiana que supone lucha y que es signo de contradicción. Pero, de la mano de Dios, no debemos darnos nunca por vencidos: ¿quién pleiteará contra mí? Si alguna vez nos toca «aguantar afrentas» o «recibir insultos», basta que miremos a Cristo en la cruz para aprender generosidad y fidelidad. Incluso cuando alguien nos traicione, como a él.

Curiosamente hay otros tres interrogantes en el Evangelio que hoy se proclama. Y que de igual modo no dejan de interpelarnos “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” “Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?” Éstos están pronunciados por los discípulos.

Con respecto al primero, tal vez nosotros, haciendo mal uso de nuestra libertad, podríamos proponer un interrogante como éste a nuestro mundo, ese mundo de tinieblas que en ocasiones nos tienta para que de un modo u otro le entreguemos al Señor. Meditemos en ello y pidamos fuerza para mantenernos fieles en el momento de la prueba.

El segundo interrogante se lo podemos hacer nosotros a Jesús, y también como los discípulos escuchar: “en tu casa quiero celebrar la Pascua con mis discípulos”. Sí, en tu casa, en tu corazón, en tu interior.

Ya lo dijo san Andrés de Creta:

“Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena…”

Pero sin intimismos, porque Jesús desea celebrar esta Pascua con sus discípulos, con todo hombre.

Así pues, preparemos nuestro corazón para celebrar con dignidad estos días santos que se avecinan.

Y por último abordamos ese tercer interrogante: “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”  Y reconozcamos con toda la humildad de que seamos capaces y conscientes de que todos podemos, en nuestra fragilidad, ser el traidor.  

Con este interrogante podríamos responder a cada uno de los que nos planteaba Isaías.

“¿Quién pleiteará contra mí?”  “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”  

“¿Quién es mi rival?”  “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”  

“¿Quién probará que soy culpable?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”  

Sigamos a Jesús muy cerca en este Triduo santo para que participemos de la alegría de saberlo Resucitado.

Sor Flora Mª Collado O. P.
Monasterio Sancti Spiritus – Toro


Domingo de Ramos

Evangelio del domingo 24 de marzo de 2024
Padre Pedro Brassesco

Comentario al Evangelio de hoy

Realmente, este hombre era Hijo de Dios

Queridos hermanos, paz y bien.

Después del camino cuaresmal, por fin nos llega el Domingo de Ramos. Dejando de lado el dicho popular (Domingo de Ramos, el que no estrena nada, no tiene manos), para los creyentes es el comienzo del momento más importante del año litúrgico. Cada uno nos hemos preparado mejor o peor, según nuestras posibilidades. Con la celebración de hoy damos comienzo a la Semana Santa. Es el pórtico de esta semana. Una semana especial, en la que escucharemos distintas invitaciones.

Porque la celebración de este día es un auténtico pregón de la Semana Santa. La Iglesia nos invita a centrar nuestra mirada en Jesús para contemplar lo que Él significa para cada uno de nosotros. Es una llamada a la contemplación de los misterios centrales de nuestra fe: por la pasión, muerte y resurrección de Jesús la humanidad ha sido salvada y nosotros, los creyentes, hemos resucitado con Él y en Él por el bautismo.

No es un día, quizá, para predicar mucho. Ya de por sí, la celebración es larga, y habla por sí misma. Pero, por otra parte, algo hay que decir. Se empieza a concretar todo lo que hemos vivido durante las cinco semanas de Cuaresma. La Liturgia nos ha ido llevando y hoy, a las puertas de Jerusalén, contemplamos al Salvador que llega en un modesto borrico.

No lo hace en un poderoso caballo, rápido y elegante, tirando de un carro de guerra, con todo tipo de armas. No llega para acabar con todo los que se le oponen por la fuerza. Más bien, para comenzar un nuevo reino de servicio, de amor y de paz. Es lo que podemos leer en la profecía de Zacarias (¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, Salvador y humilde. Viene montado en un asno, en un pollino, cría de asna. Zac 9,9). El asno, símbolo del servicio, es la señal de que empieza algo nuevo. Servir, llevar la carga de los demás, como hace el asno.

La lectura de Isaías nos reafirma en la imagen de un Mesías distinto, que no responde a la violencia con violencia. Con la ayuda del Señor, todo lo soporta. Escucha la Palabra, y puede decir algunas palabras de aliento. A pesar de todo. Se puede caer en el pesimismo – Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? – pero siempre hay salida.

A veces, esa salida exige mucho esfuerzo. Lo sabe bien el mismo Jesús, como nos recuerda la segunda lectura: actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Es la consecuencia de la Encarnación. Hombre hasta el final, con todas las consecuencias. En el mundo como uno más, pasando frío y calor, hambre y sed, alegrándose y llorando con y por sus amigos. Muriendo por todos y cada uno, nos abrió las puertas de la salvación.

Para que pensemos en ello, quizá, la Liturgia nos presenta en este domingo la Pasión de Nuestro Señor. El Viernes Santo no celebramos la Eucaristía, y, de esta manera, en la Misa, recuerdo del sacrificio de Cristo, escuchamos este relato que, de otro modo, quedaría fuera.

No por conocido, el relato de la Pasión deja de impresionar. Si lo leemos despacio, cada vez podemos captar algún detalle que nos toque especialmente. Porque se pasa de aclamar a Jesús a pedir su muerte. Casi sin solución de continuidad.

Podemos tratar de leer el relato de la Pasión, colocándonos en el lugar de los distintos protagonistas. Sentirnos Pilatos, por las ocasiones en que, ante los problemas ajenos, nos lavamos las manos, pensando que “no es mi problema”. Revisar nuestro “pasotismo” ante lo que nos rodea, por ejemplo.

O podemos colocarnos entre la multitud que, por la presión de los sacerdotes y fariseos, piden la libertad de un bandido, Barrabás, en vez de pedir la libertad de Jesús. En cuántas ocasiones nos dejamos llevar por la presión social, por el “qué dirán”, por quedar bien ante nuestros amigos, familiares, conocidos…

Ver las cosas desde el punto de vista del centurión no estaría mal. Reconoce, aunque tarde, que Jesús era el Hijo de Dios. En demasiadas ocasiones tardamos en ver las cosas como son. Nos fiamos mucho de lo que “ya sabemos”, de lo que “ya hemos hecho”, nos cuesta aceptar las novedades.

Pero, sobre todo, tenemos que intentar ver las cosas desde el punto de vista de Jesús. A pesar de todo, siempre dispuesto a aceptar la voluntad de Dios. Hasta la muerte. Perdonando a lo que le condenaban, a los que le traicionaron – todos – y siendo el puente entre Dios y nuestra salvación. Ver a todos con la mirada de Dios.

La misión del Señor no ha terminado. Está en marcha. Continúa caminando hacia nosotros, porque quiere estar cerca de todos. Cerca de los jóvenes, de los obreros, de los enfermos, de los ancianos y, claro, más cerca de todos los pobres, que son sus preferidos. El Señor camina también hacia ti. Quiere encontrarse contigo. Quiere que sepas reconocerle y acogerle, porque quiere que cenes con Él. Le gusta siempre la cercanía y la intimidad. Debo salir a su encuentro. No le puedo decepcionar.

¿Acaso no podemos nosotros también aportar nuestra contribución al triunfo de Jesús? No es algo imposible. Nosotros, que vivimos hoy en día, podemos prestar nuestra ayuda, no para facilitar la entrada de Jesús a Jerusalén hace unos dos mil años, sino para su retorno glorioso al fin de los tiempos. No se trata de hacer grandes cosas. Es suficiente que creamos en Jesús, Señor de Universo, nuestro redentor y nuestro Juez que viene a recompensar los justos y castigar a los malos.

¡Que la Virgen María, que estuvo también en la entrada de Jesús en Jerusalén, nos ayude mediante su intercesión y sus consejos, para que, siempre, podamos compartir el camino con Cristo!


Evangelio del día

Evangelio del sábado 23 de marzo de 2024
Padre Pedro Brassesco
Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 45-57

En aquel tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús.

Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación».

Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera».

Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos.

Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».

Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.

Reflexión del Evangelio de hoy

Con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo

Conocemos la alianza de amor de Dios con su pueblo judío: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”. Con frecuencia, aunque siempre hubo un pequeño resto fiel, la mayoría del pueblo dio la espalda a su Dios yéndose detrás de otros dioses, de ídolos, lo que le acarreó el destierro a tierra extranjera. Dios, permitiendo estas situaciones dolorosas de su pueblo, nunca le abandonó. Fue siempre fiel a la palabra dada. Llegado el momento oportuno, hizo revivir su alianza de amor con su pueblo, como nos indica la lectura de hoy del profeta Ezequiel. “Con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las naciones que yo soy el Señor, el que consagra a Israel, al estar mi santuario entre ellos para siempre”.

Con la llegada de Jesús hasta nosotros, la nueva alianza de Dios fue con toda la humanidad. Y Jesús la selló para siempre con su muerte y resurrección. Nos prometió no dejarnos solos nunca. “Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Algo que se cumple de manera total y perfecta después de nuestra muerte y resurrección, donde nos espera Jesús para decirnos: “Venid benditos de mi Padre a disfrutar del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.

Aquel día decidieron darle muerte

Nos encontramos ante los últimos días de la vida de Jesús sobre la tierra. El evangelio de hoy nos recuerda que Jesús había devuelto la vida a su amigo Lázaro, lo que llevó a muchos judíos a creer en él.

Este suceso incomodó sobremanera a los sumos sacerdotes y fariseos que se preguntaban  cómo parar la acogida a Jesús. Para ello convocaron al sanedrín, y allí el sumo sacerdote Caifás sentenció: “conviene que uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera… y aquel día decidieron darle muerte”. Es cierto que Jesús “ya no andaba públicamente con los judíos y se retiró con sus discípulos a una ciudad llamada Efraín”. Sabía que la única posibilidad de evitar su muerte era no volver a predicar su buena noticia. Pero Jesús no se calló. No podía renunciar a la misión que el Padre le había encomendado de predicarnos su buena noticia. Y hasta nos siguió predicando desde lo alto de la cruz  que el amor es más fuerte que la muerte, confiando en su Padre que no dejó que su vida de amor acabe en fracaso y al tercer día le resucitó. Y el amor venció a la muerte para siempre.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)


Evangelio del día

Evangelio del jueves 21 de marzo de 2024
Padre Pedro Brassesco
Lectura del santo evangelio según san Juan 8, 51-59

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».

Los judíos le dijeron:
«Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».

Jesús contestó:
«Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».

Los judíos le dijeron:
«No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».

Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».

Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

Reflexión del Evangelio de hoy

… Por tu parte guarda mi alianza, tú y tus descendientes…

Necesito ser Abrán para atender el mensaje de Dios sin reír. Estoy cerca de la centena, Sara no va muy detrás y un viajero, que dice ser Dios o un mensajero suyo, me anuncia una descendencia numerosa. Llevo ya muchos años fiándome de las promesas de ese Dios que me ha hecho salir de la casa de mi padre, de mi ciudad, de mi tierra, pera dejarme conducir a una tierra extraña y con frecuencia enemiga. Me dice que me va a regalar esa tierra, pero, de momento, está ocupada por un pueblo oriundo de ella y que no va a estar dispuesto ni siquiera a compartirla con este anciano errante que viene de Ur, siguiendo las promesas de un Dios que a mí, ciudadano de Canaán, me resulta desconocido.

Hay que reconocer a Abrán una fe a prueba de cualquier razonamiento. Abrán se fía de Dios y cree lo que le está diciendo. No sabe como lo hará para darle una descendencia numerosa, pero “sabe” que, contra toda lógica, así será.

¿Tendremos nosotros alguna sombra de la fe de Abrán en nuestras vidas?, ¿Podremos llegar a “ascender” a Abraham, o no quedaremos en el camino? Tenemos más garantías de las que él tuvo, pero ¿las tenemos en cuenta? Más bien parece que no. Decimos tener fe, pero necesitamos que la ciencia apoye nuestras convicciones o empezamos a dudar o, incluso, negar, aquello que necesitamos creer. La fe es un regalo de Dios a cada uno de nosotros, pero es un regalo que necesita, primero ser aceptado y, después, ser alimentado con una forma de vida acorde con lo que decimos creer. Ciertamente siempre contaremos con la ayuda del mismo Dios, pero cada uno de nosotros tenemos que poner algo de nuestra parte, hacer nuestra esa fe recibida y vivir acordes con ella.

Es nuestro Dios, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco

Abramos los ojos y el entendimiento para poder aceptar las palabras de Jesús. Ciertamente dice cosas difíciles para ser aceptadas por el común del pueblo judío, y más aún por los conocedores “técnicos” y profesionales de la Ley. Aún nosotros, que sabemos su resurrección, a veces tenemos dudas.

Tengo un amigo con el que hay siempre pelea, dialéctica claro, cada vez que se plantea el tema de la resurrección y me temo que el problema está en una mala interpretación de lo que es “resucitar”. Esperamos una resurrección “de vecino”, esto es: un día volveremos a ver a nuestro vecino difunto asomado a la ventana y saludándonos con toda cordialidad. ¡Hola, he resucitado! Viene esto, tal vez, dado por esa definición que dice que resucitaremos con el mismo cuerpo y la misma alma que tuvimos cuando éramos vivos y andábamos por el mundo. No nos convencemos, y la predicación no ayuda mucho, de que una vez que hemos muerto, dejamos de estar sujetos al tiempo, y entramos en esa eternidad de Dios que no tiene principio y no tendrá fin; que no seremos los mismos, que no tendremos el mismo cuerpo, que se quedará a este lado de la puerta. Dios vive en un eterno “ahora” y cuando nosotros entremos en la eternidad, una vez que traspasemos la puerta final e inicial, estaremos ya en el tiempo sin tiempo de Dios. Entonces veremos a Dios cara a cara y sabremos cual es nuestra verdadera forma, porque aún no se ha manifestado como seremos.

Cuando Jesús resucita y se deja ver por María Magdalena, ésta, a pesar de estar profundamente enamorada de él, no lo reconoce y lo confunde con el hortelano porque la entidad resucitada, puede que no tenga ningún parecido con nuestra identidad viva. Cierto seguiremos siendo nosotros, pero no sabemos cómo será nuestra forma.

D. Félix García O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)