Evangelio del viernes 7 de julio de 2023
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,9-13)
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos, sino a pecadores».
Reflexión del Evangelio de hoy
El Señor había bendecido a Abrahán en todo
Érase una vez. Todo sucede como si fuese un cuento de Las mil y una noches.Lo imagino situado en una de esas maravillosas escenas que contemplábamos en Lawrence de Arabia: pozos en medio de un infinito desierto, caravanas de camellos y jinetes adelantados a los asentamientos nómadas en los que sucedía la vida, vida que Dios cuidaba en medio de aquellas condiciones extremas.
Los ciento veintisiete años de Sara, que es el dato con el que comienza el texto del Génesis de la primera lectura, nos aproximan a un tiempo distinto que nos conduce hasta su muerte. La muerte nos sitúa en una dimensión desconocida, en una nueva dimensión sin tiempo. La experiencia de la Pascua nos adentró en su misterio y en el de la vida eterna. La eternidad es vivir sin tiempo. La narración que nos presenta el Génesis trascurre a enorme velocidad poniendo fin a una historia de dolor y amor que da comienzo a una nueva: Isaac es consolado por el amor de Rebeca en la tienda de su madre.
La dureza del desierto para la vida humana y la solicitud de un Dios que se manifiesta haciendo posible lo que a nuestros ojos no parece. No era posible que Sara concibiera a edad tan avanzada, tampoco que llegase hasta Isaac, su deseado hijo, una mujer procedente de la región de Aram-Naharaim, de dónde procedía Abrahán. Rebeca llegó acompañada por el viejo siervo que vio en ella las bondades de la que merecía ser la esposa del hijo de su señor.
Todos atravesamos áridos desiertos, dificultades en las que experimentamos nuestros propios límites y nuestra extrema fragilidad. Del Señor recibimos la gracia y el consuelo.
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal. 105)
Misericordia quiero y no sacrificio
En muchas ocasiones los cristianos nos encontramos escondidos, resguardados de los innumerables peligros que percibimos en un entorno que es hostil, refractario a las cosas de Dios. Nos encontramos dentro de nuestras propias comunidades, como los discípulos antes de Pentecostés, temerosos de las señales que nos envía el mundo. A pesar de los mensajes inquietantes, intentamos mantenernos a salvo confirmándonos unos a otros en nuestras pequeñas verdades, en nuestras rutinas piadosas, en nuestros pequeños sacrificios.
Somos predicadores, aunque no nos gustan los espacios abiertos que ponen a prueba la audacia de nuestra predicación. En la predicación de Jesús vemos algo muy distinto que el Evangelio nos anima a imitar.
En primer lugar, nos invita a mirar a los ojos de las personas. Los ojos son una especie de vía de acceso a su interioridad. Mateo no tendría que ser un personaje ‘apetecible’. Se trataba de un recaudador de impuestos, un mercenario al servicio del poder del Imperio y de sí mismo, que ahogaba con usura al pueblo doblegado. Seguro que Mateo llevaba tiempo escuchando cosas sobre Jesús y que escuchó al mismo Jesús en Cafarnaúm. Jesús miró a Mateo en su verdad profunda y, sin necesidad de reproche alguno, la mirada misericordiosa de Jesús alcanzó su intimidad, ese lugar reservado por Dios en lo profundo de todo ser humano. No tuvo que insistir mucho para que lo siguiera.
Entre los ‘indeseables’ del mundo, hay muchos corazones preparados desde la eternidad para acoger el mensaje de Jesús. No sé si hay tantas miradas misericordiosas que se hacen cargo de sus heridas interiores sin juzgar, con el sincero deseo de sanarlas con la ayuda de la gracia.
Dña. Micaela Bunes Portillo OP
Fraternidad Laical de Santo Domingo de Murcia