En la amplia historia de las relaciones de Dios con el pueblo judío, nos encontramos siempre con dos actitudes opuestas. La de aquellos que dan la espalda a Dios, los que desobedecen lo que Dios les ha dicho y pedido, y los que permanecen fieles a Dios y sus indicaciones. En la lectura de hoy, en un primer momento, sobresalen los que se alejan de Dios, se olvidan de su identidad judía, de su alianza con Yahvé, y hacen un pacto con los pueblos vecinos y su rey, con todas sus consecuencias. Acogen su religión, profanan el sábado, queman los libros de la Ley, sacrifican a dioses extraños…
Sin embargo, “hubo muchos israelitas que resistieron”, con una resistencia que les costó la vida. Prefirieron la muerte antes que renunciar a la alianza, a la amistad con el único Dios, Yahvé.
Nos e fácil saltar a nuestra religión cristiana, donde también ha habido y sigue habiendo cristianos que renuncian a seguir a Cristo. Pero también ha habido cristianos y sigue habiendo que ante la situación de obligarles a renunciar a Cristo, a su fe, o perder la vida, aceptaron perder la vida antes que perder la fe, porque para ellos la fe, Cristo era su vida.
Señor, que vea otra vez
La fama de Jesús, de su buena noticia, de las curaciones que realizaba a los enfermos, ya había empezado a extenderse. Por donde iba, yo no pasaba desapercibido. Es lo que vemos en el evangelio de hoy cuando Jesús se acercaba a Jericó, donde había un ciego al borde del camino pidiendo limosna. Al enterarse que pasaba por allí Jesús, comenzó a gritar buscando su ayuda. Pero curiosamente, de entrada, le pide que tenga compasión de él. Aunque evidentemente cuando Jesús se acerca él, y le interroga qué quiere que haga por él, concreta su petición rogándole que le devuelva la vista. Algo que Jesús le concede: Le curó la confianza que tenía en Jesús de que le podía devolver la vista, porque Jesús, el Hijo de Dios, tenía poder para ello. “Tu fe te ha curado”.
De alguna manera todos nosotros nos vemos retratados en esta escena del ciego. Y nos atrevemos a pedirle a Jesús: “Señor, que vea otra vez”. Pero le pedimos no que no cure la ceguera de nuestros ojos, porque con ellos vemos, sino la ceguera de nuestro corazón, que en muchas ocasiones no acaba de ver claro. Le pedimos que nuestro corazón vea claro a la hora de saber cómo reaccionar ante las distintas circunstancias de la vida para encontrar el sentido que todos buscamos, que nos convenza con rotundidad que Dios es nuestro gran Padre que nos ama entrañablemente, que todos los hombres son nuestros hermanos, que nuestro destino es la resurrección a una vida de total felicidad y para siempre…confiando la respuesta positiva de Jesús: “Tu fe te ha curado”.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P. Convento de Santo Domingo (Oviedo)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 17,11-19
Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado»
Reflexión del Evangelio de hoy
Desead mis palabras; anheladlas y recibiréis instrucción
Oíd pues los que gobernáis nuestro mundo: Organizaciones Internacionales, políticas, económicas, culturales, científicas, religiosas… porque del Autor de la Vida habéis recibido la sabiduría para seguir construyendo un mundo mejor. Y como dice el Papa Francisco en su Encíclica “Laudate Deum”: “…superemos las posturas egoístas de los países en beneficio del bien común”.
La Biblia de Jerusalén nos ayuda con su comentario a profundizar en la Sabiduría. “Pocos son los que, tras una larga existencia, llegan a ser realmente sabios. Los que llegaron a serlo han caído tal vez en numerosos errores y han sufrido duros contratiempos. Su espíritu, sin embargo, no ha quedado quebrantado. Con las lecciones de la experiencia han aprendido a juzgar el valor de las cosas. Seguros ahora en su camino, pueden tender la mirada hacia tras y descubrir el sentido de los acontecimientos que les han traído adonde al presente se encuentran. Saben además que esos errores les han dado ocasión para emprender nuevos derroteros”. Tal es la actitud de la persona que se deja guiar por la Sabiduría que mueve la historia. La Sabiduría es una realidad misteriosa, el sentido oculto del mundo y se manifiesta a las que la buscan con todo el corazón.
Se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias
De los diez leprosos curados, nueve parece que consideran lo sucedido como lo más natural. Sólo uno (un samaritano) vuelve agradecido a Jesús y a dar gracias a Dios. Únicamente el samaritano alcanza el fin del milagro: entrar en una nueva relación con Dios. ¿Qué le impulsó a dar la vuelta para encontrarse de nuevo con el que le dio la salud? Se dio cuenta que ya no era la misma persona, algo o alguien, había cambiado su vida. No era judío. No necesitaba ser justificado por la ley y recibir el visto bueno del poder religioso. ¿Por qué necesitaba dar gracias al Dios de Jesús? ¿Sería que necesitaba acercarse y conocer a aquella persona que solo había visto de lejos y quizás, siguiéndole cambiaria de verdad su vida?
Quien ha hecho experiencia de la compasión, no podrá no ser agradecida, porque ha quedado admirada del cambio que se ha operado en ella. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice que ha vuelto para dar gloria a Dios. Y dar gloria a Dios es mucho más que darle gracias. Jesús de Nazaret, el que experimento la plenitud del Padre, sabe que la fuerza de su proyecto de vida, es liberador, nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede enraizar en la vida de manera más saludable y liberada. Nos puede sanar integralmente.
Por primera vez aparece con este lenguaje filosófico propio del libro de la Sabiduría, el tema de la vida eterna. Al autor de este libro le preocupaba mucho la retribución final, los justos deben ser recompensados por su justicia, los malvados deben ser castigados. Vida y muerte están en lucha desde los orígenes de la humanidad. Es una dialéctica que nos acompaña siempre: la posibilidad de hacer el bien o el mal, de optar por el buen camino o dirigirnos decididamente hacia el malo, está ahí en nuestro corazón, donde se debaten ambos en arduo combate.
La frase “por envidia del diablo entró la muerte en el mundo”, me parece fundamental, porque centra la cuestión; el diablo tiene envidia de que Dios sea bueno, y por eso se dedica a hacernos la guerra, encontrando en nosotros el caldo de cultivo de nuestra alma herida por el pecado.
¿Qué podemos hacer? Confiar en el Señor, aceptar la prueba, dejar nuestras vidas en manos de Dios y permanecer fieles ante la necedad de los malvados. “Porque los fieles permanecerán junto a Él en el amor”. Permanecer en el amor es el salvoconducto que nos guiará a la vida eterna. Sólo así resplandecerá la imagen de Dios oculta en lo profundo de nuestro ser y sacaremos a la luz la mejor versión de nosotros mismos.
Ven, siéntate a la mesa
¡Cuántas veces esperamos recompensa por nuestros servicios! Creemos que somos imprescindibles y que, sin nosotros, la Iglesia estaría incompleta. Contra esta actitud soberbia y vanidosa, nos alerta hoy el Señor con estas comparaciones.
El que se siente pobre, humilde, no espera recompensa, porque no hay ningún motivo de gloria en lo que hacemos, al contrario, servir debería ser para nosotros el motivo de gloria. Deberíamos ser nosotros quienes diéramos continuamente gracias a Dios por habernos llamado a su Iglesia, por habernos concedido ser hijos suyos por el Bautismo, y porque nos permite estar en su Iglesia.
Quien sabe que su vida y todo lo que le rodea es fruto de un amor sobreabundante de Dios, no exige nada, al contrario, está en deuda de amor con Él. Todo es gracia, y por eso se trata de vivir gratuitamente, desde la gratuidad.
Esto no quiere decir que no vayamos a sentarnos a la mesa y disfrutar del banquete del Reino; ¡claro que sí!, pero será después, cuando llegue el tiempo, ahora estamos en el tiempo de servir, de entregarnos, de dar la vida hasta las últimas consecuencias, conscientes de que todo procede de Dios y todo debe volver a Él. A nosotros nos toca dar amor, con humildad, desde nuestra pequeñez y pobreza, pero siempre desde el amor.
¿Vivo mi vida sabiendo que estoy en manos de Dios?
¿Me cuesta permanecer en el amor? ¿Qué cosas me apartan de esta entrega amorosa siempre y a todos?
¿Vivo mi vida de fe, como cristiano, con la conciencia de que todo es gracia recibida? ¿Qué actitudes me ayudan a permanecer pobre y humilde?
Sor Inmaculada López Miró, OP Monasterio Santa Mª de Gracia, Córdoba
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16,9-15
En aquel tiempo, aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero». Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él. Y les dijo: «Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios».
Reflexión del Evangelio de hoy
Que todas las gentes lleguen a la obediencia de la fe
Concluye la proclamación de esta carta de San Pablo a los Romanos que escribe Tercio, al dictado de Pablo, con un tono familiar, cercano. Saludos a personas y comunidades concretas, con una manifestación de gratitud por su dedicación y servicio comprometido, exponiendo incluso sus vidas por ayudarle. Las diferentes iglesias animadas por Pablo les hacen llegar también su saludo. Ejemplo que sigue quien escribe la carta. Manifestación de gratitud y de cómo las iglesias se preocupan unas por otras y son solidarias en el amor de Cristo.
Al que puede consolidaros… a él la gloria por los siglos
Centra la atención, al finalizar la carta, en Dios, que es el que consolida, da firmeza a la determinación de responder al contenido del mensaje y evangelio proclamados por el apóstol. Pretender que solo la determinación de la voluntad puede mantenernos en el camino emprendido, es una temeridad. Jesús lo ha señalado a los discípulos: “sin mí no podéis hacer nada”. La vida conforme al Espíritu, a la que se ha referido en el capítulo octavo de esta carta, puede ser vivida en la medida en que nos dejamos transformar por el mismo Espíritu. Se trata de andar en una vida nueva que se concreta en lo cotidiano, donde ha de aparecer “la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos”, manifestado ahora en Jesucristo, en el que lo divino y lo humano están unidos, para mostrar al ser humano su ser y su nueva vida.
Y es este nuevo modo de ser y de vivir, originado en el bautismo, del cual nos ha hablado en el capítulo sexto, señalando que hemos sido incorporados a la muerte y resurrección de Jesucristo de donde se sigue el andar en vida nueva, transformados progresivamente por el Espíritu conforme al mismo Cristo. De este modo se resuelve en alabanza de Dios la existencia humana.
Una generación pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas
El salmista nos convoca para vivir en alabanza continua a Dios desde la experiencia personal de las obras de Dios, contempladas en su entorno y en sí mismo. Cada generación, dice, pondera tus obras a la otra, y le cuenta tus hazañas. No se trata de una narración de hechos pasados, sino del testimonio de lo que ha hecho en ella. Podríamos fijarnos en lo que dijo la mujer de Samaría a sus convecinos: He encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que hecho ¿será este el Mesías? Este testimonio de lo realizado por Jesús, provoca la respuesta de los vecinos, que acuden a Jesús y responden en la obediencia de la fe, de la que ha hablado Pablo. Ya no creemos por lo que dices, sino porque nosotros mismos hemos visto y oído.
Saber reconocer mediante la escucha y valoración de lo escuchado por el testimonio de otros, para ponerse en camino y habiéndose encontrado con el Maestro, asumirse como discípulos, para aprender a responderle a Dios en el camino de la propia existencia y en el mundo de relaciones que establecemos cada día. Se trata de responder ahora tomando en cuenta lo que Dios está realizando.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera?
Jesús no habla ahora a los Sumos Sacerdotes y Ancianos del pueblo, les habla a los discípulos. Los discípulos que están en medio de situaciones injustas, de sistemas que causan dolor y sufrimiento al ser humano. Sistemas políticos, económicos, sociales que violan la dignidad y los derechos de la persona. Manipulaciones de la conciencia y privación de la libertad, porque no se trata sólo del dinero habido injustamente, se trata de la situación de pecado y mal en que se encuentra y del que tiene que escapar. El modo de hacerlo es transformando lo que está deformado, sacando de los males bienes. No se trata de cooperar con lo que origina el mal, sino venciéndolo a fuerza de bien. No colaborar con los sistemas injustos “dinero de iniquidad”, sino modificando en su raíz las situaciones injustas, para que cada ser humano pueda experimentar algo nuevo, valioso y que conduce a la vida verdadera.
Invita a ser fieles, responsables en lo pequeño, que nos afecta cada día, para así incidir en lo que es mayor. Se trata de cambio de actitud, de manera de pensar diría Pablo, para que las obras que se realizan, humanicen a la persona, teniendo en cuenta el modo de proceder de Jesucristo.
Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él
En esta ocasión no les habla Jesús a ellos, como tampoco a los dirigentes del pueblo, sino a los discípulos. Ellos oyen, pero no escuchan, no entienden el sentido de estas palabras de Jesús. En lugar de reflexionar sobre lo que oyen, se burlan, descalifican a Jesús y a los que le siguen, que es la reacción propia de quien no tiene razón.
No los deja Jesús sin un señalamiento directo, iluminando su existencia para que vean su error: “Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones”. En la medida en que se cae en la cuenta de la situación real en la que estamos, cada uno y la sociedad misma, se puede cambiar, tomando en serio las enseñanzas de Jesucristo.
¿Estamos dispuestos al cambio?
¿Qué tiene que cambiar en nosotros, personalmente y comunitariamente?
Fr. Antonio Bueno Espinar O.P. Convento de Santa Cruz la Real (Granada)
La celebración de hoy nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad, a gozar un día plenamente del cielo con esa muchedumbre inmensa que nadie podría contar de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas (como dice la primera lectura del libro del Apocalipsis). Celebrar a todos los santos es un motivo de esperanza y un estímulo para los que todavía estamos en camino hacia el cielo. Allí esperamos ver a Dios tal cual es, como dice la segunda lectura. El evangelio nos presenta la vivencia de las bienaventuranzas como camino concreto de santidad. Las bienaventuranzas no son un ideal difícil y mucho menos imposible, sino un modo de vivir ya en este mundo según las pautas que nos marcó Jesucristo. Estas bienaventuranzas evangélicas contrastan con las que propone el mundo: come, bebe, diviértete, que la vida son dos días. En cierto modo, los cristianos vamos a contracorriente.
Fray Martín Gelabert Ballester Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
Reflexión del Evangelio de hoy
Esclavos de la fragilidad y esclavos de la gracia
En tiempos de la dominación romana la esclavitud era una práctica habitual y corriente. Es lógico que, San Pablo al dirigir su carta a los Romanos, tomase la similitud de lo que era la esclavitud, para instruir a aquellos que intentaban seguir el evangelio por Él anunciado.
Les hace un recordatorio de quién eran esclavos antes de abrazar el bautismo. Eran esclavos de la fragilidad humana que provocaba en ellos muchos males: envidias, enfrentamientos, dolor, amargura. En definitiva, esclavos de mal. Su vida no tenía sentido, no eran conscientes del mal que se hacían y que hacían. Esto mismo ocurre hoy día. Muchas veces somos esclavos de nuestra fragilidad humana que nos lleva al mal, al pecado.
También les recuerda que eran libres para obrar con justicia. Y les invita a ser esclavos de la gracia recibida en el bautismo, por el que se comprometieron a dejarse llevar de ese Dios, que nos ama y nos salva por medio de Jesús. Pues en Él hemos sido bautizados con su Espíritu. Por eso les invita a ser esclavos de Dios, desde la fragilidad y con fragilidad. A esto nos invita esta lectura.
He venido traer fuego y ¡cuánto deseo de que ya esté ardiendo!
Este pasaje resulta, para mí, muy chocante y sorprendente. Surge en mí la duda si serán palabras pronunciadas por Jesús. De Jesús siempre hemos oído, leído y experimentado que era una persona tranquila, serena, siempre haciendo el bien y nunca tratando de romper lazos, sino de unir y sanar nuestras relaciones, y aquí habla de enfrentamientos. ¿Qué querrá decirme y decirnos Jesús? Parece dar la razón a lo que afirman muchas personas: “de política y religión no se puede hablar, pues provocan discusión, enfrentamiento y rupturas, sobre todo familiares.
El símbolo, usado por el evangelista, es muy sugerente, pues, por una parte, destruye y por otra renueva, ya que renace de nuevo lo que se ha quemado, y a veces, con más fuerza y vigor. La actuación de Jesús, su valentía, su libertad, me hacen pensar que el amor que tenía a su padre Dios y su deseo de hacer y cumplir con su misión, era como un fuego que le ardía en el corazón y está deseoso que arda en todo el mudo. ¿Cuál es ese deseo?
Pienso, sinceramente, el deseo es restablecer unas relaciones humanas rotas con nuestra actuación. Restaurar la imagen de Dios, que tenían y a veces tenemos, como Él nos manifestó: el Padre-Madre bueno que quiere nuestro bien, que perdona y nos acompaña. Restablecer la dignidad de todas las personas, muy viciadas entonces y ahora, y manifestar su importancia y su categoría de hijo-hija de Dios. Quemar todo aquello que perjudica e impide, en los pueblos y sociedades, unas relaciones más justas y más pacíficas, para que broten unas relaciones más sanas.
Creo que yo y muchos como yo queremos que éste deseo del fuego de amor que anida en el corazón de Jesús, que arda en el mundo. Que queme y destruya todo lo que perjudica unas relaciones más humanas, más justas, más amables, y que nuestra sociedad tenga calidad de vida humana en todos los sentidos. Se lo pido a Jesús.
Fr. Mitxel Gutiérrez Sánchez O.P. Convento de S. Valentín de Berrio Ochoa (Villava)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 5-13
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: “Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle”, y aquél, desde dentro, le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos”, os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite. Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!
Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Pues si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados en la ceniza.
Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».
Reflexión del Evangelio de hoy
…haciendo lo que el Señor, nuestro Dios, reprueba
El libro de Baruc fue escrito en los primeros años de la deportación del pueblo hebreo a Babilonia. Son tiempos dolorosos los que el pueblo vive lejos de su tierra, aparentemente abandonados de Dios y sometiéndose a las costumbres y prácticas religiosas de los babilonios. En este ambiente aparece Baruc y escribe este libro admonitorio, condenando el pecado cometido por el pueblo hebreo contra su Dios al someterse a los dioses de los pueblos captores.
Baruc nos presenta un Dios celoso y castigador de los desvíos del pueblo. La desobediencia es notoria y el castigo de Dios parece proporcionado a las faltas cometidas. Se diría que Baruc esté escribiendo la historia del momento del pueblo, ciertamente condenando la forma de actuar del pueblo.
Baruc presenta a un Dios celoso, exigente y vengativo. El pueblo le ha ofendido y el castigo es inmediato. Es el Dios del Antiguo Testamento que Jesús va a humanizar, va a quitar la carga negativa que implica al Dios castigador, para descubrirnos el rostro de un Dios que es capaz de hacerse hombre para ponerse al nivel de sus criaturas. El Dios que da premio o castigo inmediato de acuerdo con las obras de su criatura, de su obediencia o desobediencia, va a ser presentado por Jesús como un Padre que espera paciente, con la luz encendida para que el hijo díscolo pueda orientarse al volver, y perdona sin medida, una y otra vez sin descanso.
Quien a mí me rechaza, rechaza al que me ha enviado
Los setenta y dos discípulos enviados, regresan de la misión, en general contentos con los resultados, pero en algunas ciudades no fueron bien recibidos. De ahí nacen los improperios que Jesús dedica a los pueblos que se han negado a recibir el mensaje, el anuncio del Reino.
Y podríamos quedarnos ahí: Jesús lanza sus maldiciones contra tres ciudades, y a nosotros no nos afecta para nada; pero seguramente tendríamos que escuchar un poco más, oír un poco menos, y buscar la forma en que el mensaje se hace presente para nosotros. Cuantas veces nosotros, que hemos sido educados en un ambiente cristiano, desoímos las peticiones del Maestro y nos alejamos de sus caminos. Como hicieran en su día Corozaín y Betsaida, nosotros cerramos los ojos, los oídos, el corazón, al mensaje que Jesús nos dirige y nos vamos por otros derroteros que merecen las condenas de Jesús, sobre todo las que recibe Cafarnaúm.
¿Cuántas veces, pagados de nuestra importancia y seguros de estar en posesión de la verdad, pensamos, hablamos y actuamos en contra del verdadero mensaje de Jesús? ¿Con cuánta frecuencia seguimos los pasos que nos alejan de los verdaderos mensajeros de Jesús? ¿No estaremos tratando de escalar el cielo hasta merecer la condena de Jesús?
Abramos nuestro espíritu al mensaje que nos pregona el Evangelio, sigámoslo y busquemos el aplauso de nuestra propia conciencia. Prestemos nuestra atención a Dios y dejemos de escuchar a tantos falsos profetas que nos rodean, y a veces nos aturden con sus mensajes puede que cargados de maldad bien disimulada con un ropaje de piedad falsa.
¿Estará Dios aún entre nosotros? Afortunadamente Él no nos va a dejar abandonados. Aunque nosotros fallemos Él no puede fallar. ¡Confiemos siempre en Él y lo encontraremos en nuestra vida!
D. Félix García O.P. Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)
La Palabra de Dios nos sitúa este domingo ante la responsabilidad personal en el seguimiento de Jesús. Como en tantas otras dimensiones de la vida, la ambigüedad de nuestra condición humana nos plantea una doble perspectiva de nuestra respuesta ante el proyecto-demanda de Dios: la formal de la ideología y la eficaz de nuestro compromiso.
La ideología se mueve, y nos hace movernos, en el orden de las pretensiones teóricas: pensar bien. En cambio, la respuesta eficaz es la que muestra nuestra veracidad: hacer lo correcto. Más allá de las circunstancias concretas de la vida, y de nuestros ritmos de conversión, aquello a lo que nos adherimos de veras, en el fondo, acaba haciendo coincidir nuestra voluntad con la de Dios. Esto es lo justo, lo que a Él le agrada.
Para el profeta Ezequiel la adhesión de nuestra voluntad a la bondad y la justicia de Dios, no es un asunto teórico, sino un compromiso personal, que incluye la conversión y la perseverancia. Para Pablo, esa adhesión es verificable, trayendo a nuestra persona los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús, unos sentimientos que cambian nuestras vidas. Es una pretensión que lleva su tiempo y que implica inexorablemente nuestra conversión.
Fray Fernando Vela López Convento Virgen del Camino (León)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,43b-45
En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido.
Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
Reflexión del Evangelio de hoy
Aquel día se asociarán al Señor pueblos sin número; y ellos serán mi pueblo
El pasaje de Zacarías que se proclama en la liturgia eucarística de hoy, día en que recordamos a San Jerónimo, es un mensaje de esperanza y una invitación al gozo que se origina, naturalmente, por la presencia del Señor en medio de su pueblo.
La enseñanza que recibe el profeta y que debe comunicar, revela la determinación de Dios de convertir a todas las naciones en su pueblo: “Aquel día se asociarán al Señor pueblos sin número; y ellos serán mi pueblo». Zacarías señala, de parte del Señor, que, en aquel día, una multitud de pueblos se unirán a él y los llama “su pueblo”.
Es importante tenerlo presente porque Jesús, cuando envía a sus discípulos lo hace para hagan discípulos de todos los pueblos, con lo que se revela ya la llamada universal, vocación universal de toda la humanidad.
Además, señala a Jerusalén como “una ciudad abierta”. Es una ciudad que debe acoger a todos. No es una ciudad excluyente, selectiva, no es el nido de los elegidos. Su vocación es universal: la ciudad de todos. La Jerusalén del cielo, que Juan ve descender engalanada como una novia adornada para su esposo. Ella tiene como defensa a Dios mismo y en ella se manifiesta la gloria de Dios.
Por eso el gozo y alegría de Jerusalén nacen der ser el lugar en el que Dios habita.
¿De qué día se trata? Del día del Señor y ese día no tiene ocaso porque lo llena el Resucitado por quien se congregan todas las naciones.
El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño
Las referencias de Zacarías al cuidado que Dios prodiga a su pueblo, que como hemos visto, integra a todas las naciones, quedan recogidas en la antífona del salmo interleccional. Dios, al modo de un buen pastor, vela por todos y al mismo tiempo todos los pueblos escucharán su voz. Una voz que alerta, enseña, sostiene y conduce hacia los bienes por él preparados con proyección universal.
El cuarto domingo de Pascua celebramos al Buen Pastor, Jesucristo, que encarna en sí mismo la profecía: Yo suscitaré de en medio de vosotros un pastor conforme a mi corazón. Yo mismo pastorearé a mi pueblo.
La Jerusalén, ciudad abierta, de la que ha hablado Zacarías, se plasma en la Comunidad establecida por Jesús a partir de la Pascua. La Iglesia, abierta a todos para acoger a todos. Una apertura no selectiva, sino con voluntad universal para ofrecer espacio a todos, porque por todos entregó su vida y mostró su amor Jesucristo.
Jesús causa admiración
El pueblo sencillo se admira ante la enseñanza y las obras de Jesús. Ellos entienden lo que se contiene en su enseñanza y el asombro de traduce en adhesión y seguimiento. La gente lo busca, desea retenerlo, quieren estar con él porque se sienten, no solo bien, sino entendidos, acogidos y acompañados.
En este clima, podríamos decir de euforia, Jesús declara a los discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Continuamente repite esta comunicación a los más directos seguidores. Lamentablemente lo olvidamos y se nos va la vida en lamentaciones ante las dificultades y persecuciones, en la pérdida de relevancia social e influencia política a la que hemos estado acostumbrados. Pero está claro: Jesús exige escuchar con atención. No basta oír lo que dice, sino que procede atender con interés a lo que nos dice. La expresión “meteos bien en los oídos” resalta la necesidad de atender y además comprender.
San Lucas reseña dos dificultades: No entendían y les resultaba oscuro, no captaban el sentido. Lo natural habría sido buscar la clarificación de lo que se les está diciendo. Era necesario entender porque lo que se les pedirá para el seguimiento de Jesús es: Negarse así mismo, tomar la cruz cada día y seguirlo. Si el sentido no se entiende ¿se podrá dar una respuesta adecuada? ¿Se podrá seguir a Jesús?
Termina el pasaje indicando San Lucas: “Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto”. Es una salida bastante común: mejor no pedir explicaciones para no verse involucrados en lo que se dice. Pedir explicaciones conduce a complicar la vida. Mejor no pedirlas y quedar tranquilos. Esa parece ser una actitud muy común.
En nuestros días, mejor aferrarnos a lo ya sabido y no prestar oídos a lo nuevo, siempre objeto de sospecha de atentado a una tradición que hemos petrificado. El miedo a la novedad que el Espíritu resalta en el mensaje antiguo y siempre nuevo del evangelio, se alza como una salida desafortunada a las exigencias de Jesús.
¿Nos paraliza el miedo?
¿Entendemos las exigencias actualizadas que Jesús nos presenta?
Fr. Antonio Bueno Espinar O.P. Convento de Santa Cruz la Real (Granada)