Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 22-29
Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el que Él ha enviado».
Reflexión del Evangelio de hoy
Predicar a Jesús y… sus consecuencias
El mismo Jesús, con su vida y su predicación, fue rechazado por parte de los de su pueblo judío, especialmente por sus autoridades que, con la ayuda de las autoridades romanas, consiguieron matarle calvándole en una cruz.
Algo parecido les pasó a algunos de los primeros predicadores cristianos por predicar a Jesús y su mensaje, que pensaban que iba en contra de su religión judía, de Moisés, el Templo, la Ley. No fueron capaces de ver que Jesús entroncaba, al tiempo que superaba, las tradiciones judías.
Entre estos predicadores se encontraba Esteban, que había quedado seducido por Jesús y su buena noticia y era lo que predicaba. Algunos judíos discutían con Esteban para hacerle callar y que no siguiese predicando lo que predicaba, “pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba”. Y, por eso, recurrieron a intrigas, insidias, falsos testigos, persecuciones, amenazas de muerte, pero no consiguieron su objetivo. Esteban siguió predicando porque para él Jesús era su vida, su tesoro y la mejor noticia que podía ofrecer a sus oyentes.
En este pasaje de la primera lectura, no se relata el desenlace de Esteban. Pero sabemos que fue el mismo que el de Jesús. Fue martirizado, aunque su final, al igual que el de Jesús, no fue la muerte, sino la resurrección a una vida de eterna felicidad.
¿Qué vamos buscando en Jesús?
Es verdad, Jesús en su estancia terrena fue rechazado por algunos y acogido por otros. Este pasaje evangélico es continuación del milagro de Jesús de la multiplicación de los panes y peces. Jesús abandona ese lugar y pasa a la otra orilla del lago Tiberíades. Los beneficiados del milagro, a darse cuenta de ello, van en busca de Jesús atravesando el lago.
Y Jesús, experto conocedor del corazón humano, en diálogo con ellos se atreve a decirles por qué le buscan de nuevo: “porque comisteis pan hasta saciaros”. Parece que no le buscan por él mismo, para seguirle y amarle. Y Jesús les indica que tiene un pan, un alimento que ofrecerles mucho más sabroso que el pan normal. Les ofrece el pan de su persona, de su amor, de su amistad… para que desde ahí vivan toda su vida. “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha envidado”. Con Jesús se vive mejor.
Ayudados por este evangelio, también nosotros, purificando nuestras intenciones, nos debemos preguntar qué vamos buscando en Jesús.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P. Convento de Santo Domingo (Oviedo)
Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35
Aquel mismo día (el primero de la semana), dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido, Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea, o de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos y, al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». Lo decía para probarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo». Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se pierda». Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo». Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
Reflexión del Evangelio de hoy
Salieron contentos de haber recibido aquel ultraje
Como una constante en la historia, encontramos sin cesar noticias sobre persecución a los seguidores de Jesús de Nazaret; persecuciones que no siempre salen de estamentos alejados, sino del seno practicante de la propia Iglesia de Cristo.
Los apóstoles fueron perseguidos por las gentes funcionarias del templo. Sacerdotes, levitas, letrados, fariseos, todos con tintes radicales, se ponen de acuerdo para borrar el nombre de Cristo de la historia. La intervención profética de Gamaliel nos anuncia lo que va a ir sucediendo a lo largo de la historia del mundo. El pueblo ordinario, seguramente pasa de todo, pero “los buenos” son intransigentes. ¿No pasa igual hoy? ¿No oímos como excomulgan al Papa?
El mensaje de Jesús de Nazaret es conflictivo para todas las personas que radicalizan sus mentes y se niegan a cualquier evolución. En nuestra propia Iglesia Católica, es fácil encontrar personas, e incluso grupos de acción cristiana, que manifiestan de modo agresivo su oposición a cualquier cambio. ¡Somos así! Cuando creemos que hemos logrado la posesión de la verdad, dejamos de ver que es “nuestra verdad”, no la VERDAD. Olvidamos el más importante de los mandatos de Jesús y somos incapaces de amar a quien parezca pensar diferente, aunque solo sea en detalles nimios. Nos erigimos en jueces inmisericordes de cualquiera otra persona que sea capaz de pensar, olvidando el consejo-mandato del Maestro: “no juzguéis y no seréis juzgados”
Los apóstoles no solo sufren en silencio los azotes, sino que salen contentos por los ultrajes recibidos en nombre de Jesús y siguen predicando la Buena Noticia valientemente, sin miedo. Sin embargo puede que entre nosotros haya verdaderos predicadores de la Verdad que son reducidos al silencio, mientras que mensajeros de su “cristo”, -muy lejos del Cristo, Hijo de Dios-, tienen cátedra puesta en los templos y medios de comunicación de la propia Iglesia. ¿No será que nos falta una buena cura de humildad? ¿De verdad somos perfectos?
Dadles vosotros de comer
Tenemos un fuerte dilema: ¿Mandamos a las gentes a comprar pan o esperamos que Dios solucione el problema? Cuando en unos momentos esta asamblea, esta comunidad reunida para celebrar el banquete eucarístico, haga su oración de los fieles, seguramente habrá una petición que diga algo como: “te pedimos por los pueblos que tienen hambre, para que Dios solucione su situación” o “por los que no tienen un techo donde cobijarse”, y muy ufanos contestaremos: “Padre, escúchanos” o “Te lo pedimos, Señor” y, después de traspasar el problema a Dios, nos quedamos tan tranquilos.
No hemos oído, o no hemos querido escuchar, que el Padre ya nos ha dado la solución, pero hacemos como quien oye llover, bien resguardado en su casa. ¡NADA!. Ya hemos encargado al Padre que lo solucione, y Él, si quiere, puede. Perdemos de vista que el Padre ya nos ha escuchado y nos ha respondido alto y claro: “dadles vosotros de comer” y hacemos pasar su palabra, su orden clara y directa, sin hacer nada de lo que nos corresponde hacer. Hace unos días vi una graciosa viñeta en la que alguien enseñaba a un niño un templo lleno, mientras le decía: “Mira cuanta gente pidiendo a Dios que haga lo que tienen que hacer ellos”
He visto en la pasada Semana Santa, como desfilaban ante los ojos del pueblo esas procesiones católicas, que nacieron como un servicio catequético para enseñar al pueblo poco culto los misterios de la Pasión, muerte y resurrección del Señor. Bendito propósito que ha derivado en unas espectaculares procesiones que muestran al pueblo la riqueza de las cofradías y fraternidades. Joyas espectaculares adornan las imágenes de Cristo, Santa María y otros santos intervinientes, para las que los cristianos hemos hecho generosas donaciones, mientras las huchas de Cáritas y las colectas del “día del amor fraterno” se quedan míseras o vacías y miramos con fastidio a pedidoras y pedidores que nos acercan sus huchas y rebuscamos en los monederos las monedas más ruines que podamos entregar.
¿Así cumplimos el mandato divino “Dadles vosotros de comer”? ¿Queda nuestra conciencia tranquila? ¿Podemos hablar y alabar una supuesta piedad popular, sin tratar de cambiar las cosas? ¡A lo mejor teníamos que hacérnoslo mirar!
D. Félix García O.P. Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)
Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él». Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios». Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?». Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabemos de dónde viene ni adónde va. Así es todo lo que ha nacido del Espíritu».
Reflexión del Evangelio de hoy
Convencimiento y valentía
La historia nos lo dice con claridad. Nunca ha sido fácil la predicación del evangelio. En todos los tiempos ha habido personas que lo han acogido con gozo y otros que lo han rechazado, incluso con malos modos.
Después de la muerte y resurrección de Jesús, Pedro y Juan obedeciendo con alegría a su Maestro, predican su buena noticia, algo que los sumos sacerdotes y los senadores les prohíben. Ellos volvieron al grupo de los suyos a contarles lo sucedido.
Entran todos en oración dirigiéndose a Dios. Al que relatan cómo les está yendo en su predicación y cómo son amenazados. Y, por supuesto, le piden “valentía para anunciar tu Palabra”. No pueden callar la buena noticia que Jesús ha dejado en sus corazones y en sus manos. El Espíritu Santo se hizo presente en su grupo y “anunciaban con valentía la palabra de Dios”.
Los cristianos del siglo XXI también nos atrevemos a pedir a nuestro Dios, convencimiento y valentía para seguir anunciando su Palabra.
El que no nazca de nuevo…
Este pasaje evangélico relata el diálogo de Jesús con Nicodemo, un magistrado judío, que intuye que Jesús es una persona especial, dados los signos que hace y las palabras que predica. “Sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro”.
De entrada, Jesús le dice: “te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios”. Algo que en un principio despista a Nicodemo: “¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo?”. Pero Jesús no se vuelve atrás y le insiste: “Te lo aseguro el que no nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.
Bien sabemos que los cristianos, los seguidores de Jesús tenemos un doble nacimiento, expresados por San Juan en su prólogo. Uno es el nacimiento “de la voluntad carnal, de la voluntad del varón”, que engendra nuestra vida humana. Pero hay otro nacimiento que engendra a “los nacidos de Dios”.
Jesús ha venido a predicar el Reino de Dios, y a él pertenecen los que dejan que Dios nazca en su corazón. De esta manera, Dios será el Rey y Señor de sus vidas. Que Jesús traduce por “nacer de agua y de Espíritu”. Es lo que se realiza en el bautismo, que nos posibilita nacer a ser hijos de Dios… nos hace nacer a una vida nueva, a una vida donde todo se vive dejando que Dios Padre dirija la propia vida y donde resalta la fraternidad entre todos los bautizados, entre todos los nacidos a esta nueva vida.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P. Convento de Santo Domingo (Oviedo)
Lectura del santo evangelio según san MATEO 28, 1-10
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
Reflexion
Cristo resucitado se conmueve ante el amor desinteresado y fiel de la Magdalena y la llama por su nombre. No puede seguir ocultándose y se le descubre. Y es que un amor así, a pesar de nuestras debilidades pasadas, conmueve a nuestro Señor hasta lo más profundo de su ser y se siente “desarmado”, no puede no corresponder a nuestro amor.
Jesús ha vencido al mal – incluso el que nosotros hemos cometido –, y nosotros hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo.
Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver, y sin embargo, Cristo se le muestra con su cuerpo glorioso, vivo para siempre. Animados por esta confianza, debemos también acercarnos con una disposición de entrega a Jesucristo, para pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres nuevos…
Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 1-10
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: «Vosotras, no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis”. Mirad, os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».
Reflexiones
1) ¡El sepulcro está vacío!
Vieron que la piedra estaba corrida… Los cuatro relatos coinciden en que encontraron el sepulcro vacío. Es un dato firme de la tradición evangélica. Cada evangelista redactó este acontecimiento de modo diferente. Mateo lo acompaña con la presencia de signos apocalípticos: terremotos, etc. La comprobación de que el sepulcro estaba vacío es creíble y fiable. En Jerusalén se decía que en aquel sepulcro había estado el Señor: Sin embargo, esta comprobación no basta para la fe en la Resurrección de Jesús. Sobre este acontecimiento descansa la fe de la Iglesia y el destino de la humanidad. Por lo tanto, es necesaria la máxima seguridad y certeza. Pero es un signo que acompaña a la fe y proporciona la posibilidad de explicar el acontecimiento como algo que atañe a Jesús en su totalidad. El relato del sepulcro vatio expresa la realidad de la Resurrección, pero no es la fuente primera de la fe en el acontecimiento. Es una condición que acompaña a la certeza de la vuelta a la vida acaecida en Jesús. Contribuye a entrar en el realismo de la Resurrección. Es necesario otro recurso para que el sepulcro vacío adquiera todo su sentido: la experiencia personal y comunitaria del Cristo vivo y la revelación de lo alto que les permite identificar al Resucitado con el Crucificado.
2) ¡Temor humano ante la presencia de lo divino!
En la Escritura el testimonio de dos o tres es válido. Mientras Marcos recuerda que se trata de un joven y Mateo habla de un ángel, Lucas habla de dos hombres. Lucas quiere indicar a sus lectores la firmeza y la importancia de lo que va a anunciarles puesto que hace concurrir a dos testigos válidos. Las mujeres que acuden al sepulcro quedan desconcertadas al encontrarlo abierto y vacío y el temor y el espanto les alcanza. Es la reacción normal ante la presencia de lo divino. Así podemos comprobarlo por todos los relatos de anunciación de algún acontecimiento extraordinario en la historia de la salvación: anuncio del nacimiento de Sansón; anuncio de la misión de Gedeón; etc. Esto invita al lector a superar los signos externos. Muestra que está ocurriendo algo de singular importancia. Este dato prepara la proclamación del mensaje central hacia el que convergen todos los detalles narrativos. Este relato es una dramatización* cristológica de singular importancia. La atención debe centrarse en el contenido y en la explicación de por qué el sepulcro estaba vacío.
3) ¡Ha resucitado!
Él les dijo: No os asustéis: ¿Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado? Los cuatro evangelistas coinciden en afirmar que la explicación de que el sepulcro estaba vacío se cimentaba en el acontecimiento sorprendente de la Resurrección. Lucas añade la expresión interrogativa ¿por qué buscáis entre los muertos al viviente? Quiere hacer comprensible a sus lectores, de habla y cultura griegas, el contenido esencial del mensaje. Para un hebreo la resurrección lo es todo para que alguien pueda expresarse, vivir y comunicarse. Jesús entregó en la cruz todo su ser humano para la salvación del mundo. Y todo su ser humano vuelve a la vida en su totalidad. La Resurrección de Cristo no se limita a una reanimación de un cadáver (aunque la incluye), como por ejemplo la resurrección del hijo de la viuda de Naím, o de Lázaro, o la hija de Jairo. La Resurrección de Jesús es mucho más. Es la vuelta a la vida para siempre, en un estado totalmente nuevo, trascendente. Lo que llamamos una resurrección escatológica. Incluye la vuelta a la vida del ser total de Jesús en cuanto hombre según la antropología hebrea que contempla al hombre de una manera monista, es decir, no cuenta con las categorías griegas del hombre compuesto de alma y cuerpo. El hombre es carne (ser humano perecedero, capaz de comunicación y de identificación); el hombre es alma (ser vivo), es decir; el hombre es entendido de manera monista no dualista. Y el acontecimiento de la resurrección ocurre al tercer día. Con esta expresión se quiere indicar, más allá de la cronología, que se trata de una Resurrección del final de los tiempos, trascendente y para toda la humanidad.
4) ¡Va por delante a Galilea!
El signo que los enviados de lo alto ofrecen a las mujeres es la referencia a un anuncio hecho por Jesús cuando aún estaban en Galilea. Marcos y Mateo indican que el signo es el sepulcro vacío, el lugar donde le habían puesto. Lucas nos recuerda que después del tercer anuncio de la pasión y resurrección los discípulos no entendieron nada, no captaron lo que quería decirles, no alcanzaban a comprender el sentido de lo que Jesús les decía. Es la última parte del relato de anuncio: la ejecución. Así lo hicieron las mujeres acudiendo a donde estaban los Once y los demás para anunciarles el mensaje que habían recibido de lo alto. Y estos no las creyeron. El acontecimiento desborda todas las previsiones y planes de los Apóstoles. La actuación de Dios en el momento central de la salvación ha sido de singular importancia. La Resurrección es la nueva creación que enlaza con el proyecto original de Dios. Se trata de algo de singular importancia para la humanidad. No era fácil entrar en el misterio, en la maravilla de las maravillas del poder de Dios. Hoy como ayer; este mensaje sigue teniendo toda su validez. Es la respuesta definitiva al gran enigma que pesa sobre la humanidad: ¿qué sentido tiene la muerte? ¿Qué le espera al hombre después de la muerte? Jesús había contestado en su enseñanza a la pregunta que le plantearon la última semana de su ministerio; había avanzado unas primicias en las resurrecciones que había realizado. Pero ahora da la respuesta definitiva: después de la muerte espera a la humanidad una vida sin fin, feliz, para siempre y para todos.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 — 19, 42
Cronista: En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: + «¿A quién buscáis?». C. Le contestaron: S. «A Jesús, el Nazareno». C. Les dijo Jesús: + «Yo soy». C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: + «¿A quién buscáis?». C. Ellos dijeron: S. «A Jesús, el Nazareno». C. Jesús contestó: + «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos». C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: + «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?». C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro: S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». C. Él dijo: S. «No lo soy». C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: + «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho». C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?». C. Jesús respondió: + «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?». C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: S. «¿No eres tú también de sus discípulos?». C. Él lo negó, diciendo: S. «No lo soy». C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?». C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?». C. Le contestaron: S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos». C. Pilato les dijo: S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley». C. Los judíos le dijeron: S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie». C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: S. «¿Eres tú el rey de los judíos?». C. Jesús le contestó: + «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». C. Pilato replicó: S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». C. Jesús le contestó: + «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». C. Pilato le dijo: S. «Entonces, ¿tú eres rey?». C. Jesús le contestó: + «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». C. Pilato le dijo: S. «Y, ¿qué es la verdad?». C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». C. Volvieron a gritar: S. «A ese no, a Barrabás». C. El tal Barrabás era un bandido. C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: S. «Salve, rey de los judíos!». C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa». C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: S. «He aquí al hombre». C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: S. «Crucifícalo, crucifícalo!». C. Pilato les dijo: S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». C. Los judíos le contestaron: S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios». C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús: S. «¿De dónde eres tú?». C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?». C. Jesús le contestó: + «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor». C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César». C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: S. «He aquí a vuestro rey». C. Ellos gritaron: S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!». C. Pilato les dijo: S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?». C. Contestaron los sumos sacerdotes: S. «No tenemos más rey que al César». C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”». C. Pilato les contestó: S. «Lo escrito, escrito está». C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca». C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: + «Mujer, ahí tienes a tu hijo». C. Luego, dijo al discípulo: + «Ahí tienes a tu madre». C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: + «Tengo sed». C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: + «Está cumplido». C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron». C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
(Hoy ofrecemos en texto de la Pasión de San Juan sin comentarios bíblicos)
Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde». Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios». Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
Refleccion del evangelio de hoy
Evangelio: Juan 13, 1-15: El servidor del amor, ceñido para la lucha
III.1. Juan no nos ofrece la tradición de las palabras de la última cena, pero sí una relato asombroso, un gesto profético que está lleno de sentido como lo estaba la entrega de su vida en el pan y en la copa de aquella noche última de su vida. San Juan dice que había llegado su “hora” de pasar de este mundo al Padre… y esa hora no es otra que la del amor consumado. El lavatorio de los pies tiene toda la dimensión de entrega que la misma acción del pan partido y repartido y la copa de la alianza nueva. Son dos gestos que pueden perfectamente complementarse. No sabemos por qué los sinópticos no nos han ofrecido esta tradición, este gesto, ni podemos conocer su origen, aunque podríamos rastrear algunos aspectos bíblicos que lo llenan todo de un sentido especial, profético y creador. Es la escena inaugural de la pasión según San Juan, que si bien es la parte más semejante a la de los sinópticos, tienes varias cosas muy diferentes, y una es esta del lavatorio de los pies. Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre (¡que espléndida teología joánica de la muerte!). Esta muerte, pues, ya no es una tragedia, como lo es para muchos… sino un triunfo que se apunta desde este comienzo de la pasión joánica.
III.2. Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» y a vivir «su hora» (v. 1) con la clarividencia de su libertad divina (¡alta cristología joánica!). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable, incluso a riesgo de no ser entendido por sus discípulos, va a poner en práctica una acción simbólica en tres actos, como los antiguos profetas: despojándose de su manto, ciñéndose un paño (léntion) y lavando los pies a sus discípulos secándoselos con el paño que se había ceñido. Todo esto se encierra apretadamente en los vv. 4-5. Normalmente se ha dado relevancia casi exclusivamente al lavatorio de los pies, porque además de ser el acto más humillante, culmina de forma escandalosa esta narración. Pero los otros signos no están ahí como adorno estético, sino que merecen nuestra atención, porque de lo contrario, la narración simbólica quedaría empobrecida. Juan quiere decirnos algo mucho más profundo cuando nos ofrece el dato de que Jesús «se ciñó un paño» (léntion) y cuando les seca los pies con el paño que se había ceñido (kai ekmássein tô lentíô ô ên diezôsménos). Como acción simbólica de la muerte que se quería significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Sin embargo, ¿por qué se vuelve a insistir en el léntion con que se había ceñido? Tampoco era necesario repetir esto cuando hubiera bastado con decir que se los fue secando, puesto que se supone que se los tenía que haber secado con un paño o toalla. Pero se vuelve a hablar del ceñimiento en el v. 5 en correspondencia con la acción del v. 4 entre las cuales se encierra el lavatorio. Si estamos ante una narración simbólica de carácter profético, entonces debemos desentrañar todas las acciones significantes. Y, sin duda, la acción de ceñirse es mucho más significante de lo que aparece a primera vista, aunque hasta ahora apenas se haya hecho notar.
III.3. La hora de Jesús, que es la hora del amor consumado, exige una lucha, una guerra con los que le quieren imponer el destino ciego del odio. Jesús no está dispuesto a que nadie le imponga su muerte, sino que es El quien impone su hora como voluntad y proyecto de Dios. El Padre se lo ha entregado todo en sus manos (v. 3) y no es posible que nadie se lo arrebate, porque la suya no es una muerte más, un asesinato de tantos como impone el odio sobre el mundo, sino que es la muerte soteriológica por excelencia. No vienen las cosas como si se tratara de una simple condena legal, como después aparecerá ante el juicio del procurador (Jn 19,7). Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de la muerte; he ahí la paradoja, pero de la muerte redentora. Jesús no lucha para no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo.
III.4. Si, como parece la mejor explicación, el lavatorio de los pies es una acción simbólica de la muerte de Jesús, entonces vemos cómo el Maestro se entrega a ellos, cuando deberían ser los discípulos los que deberían estar dispuestos a dar la vida por el maestro, como ocurre en las mentalidades pedagógicas de entonces, incluso de los fariseos. De ahí que en los vv. 6-11 se nos quiera explicar que Pedro no pueda entender que Jesús dé su vida por los suyos; sólo lo entenderá después (v. 7), tras la muerte y la resurrección. De ahí que podamos optar porque los vv. 6-10 representan la interpretación más antigua y acertada del lavatorio de los pies, según el recurso estilístico de las falsas interpretaciones joánicas. Esta debería ser la interpretación del diálogo entre Jesús y Pedro: «hay que aceptar la muerte de Jesús como una muerte salvífica». La interpretación posterior de un acto de humildad no es desacertada, porque en realidad la muerte de Jesús a los ojos del mundo es una humillación, un acto de humildad y un servicio de esclavo que hace el Hijo de Dios a los hombres. Pero la significación inmediata es la libertad de Jesús de morir por nosotros, tal como se pone de manifiesto en el lavatorio de los pies a sus discípulos, y para eso también era necesario que él se ciñera, porque era una guerra contra lo proyectado por el mundo. Por consiguiente, los tres gestos van unidos los unos a los otros, dando como resultado una acción profético-simbólica perfecta recogida en la narración de los vv. 4-5.
III.5. Es así como el lavatorio de los pies adquiere esa dimensión tan particular que representa su muerte, como signo del amor consumado a sus discípulos. Diríamos que Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta es la guerra, como hemos dicho, entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia su propia muerte, representada prolépticamente (adelantada proféticamenmte) en el lavatorio de los pies, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está sentado a la mesa. Y Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más, como deja traslucir Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y teológicamente su hora (cf. Jn 7,30; 8,20), que es también la hora de la glorificación (cf. Jn 12,23). Jesús, pues, se ciñe para su muerte, para su hora, porque en su muerte está la victoria divina sobre el odio del mundo. En su muerte está su glorificación, porque no es una muerte absurda, sino que se la ha impuesto el mismo Jesús como una consecuencia de su vida entregada al amor de este mundo. Este mundo no deja que viva el amor. Jesús también va a ser sacrificado por el mundo, como tantos hombres, pero no dejará que le arrebaten el amor con que ha actuado en su vida. Por eso se ciñe antes del lavatorio de los pies que representa su muerte soteriológica. Toda esta explicación se deduce por haber optado en el ceñimiento de Jesús por la tradición del cinturón de la lucha, y de haber leído todo ello en la clave de Jn 13,1-3. Es posible que a algunos les parezca una exégesis rebuscada, pero se debe considerar que estamos ante uno de los relatos más simbólicos de todo el evangelio de Juan, que ya de por sí es bastante simbólico. Además, los gestos proféticos dan pie para ello y son ciertamente inagotables en algunos aspectos. En Juan siempre nos encontramos con posibilidades insospechadas. Con ello no ponemos en duda, aunque tampoco tratamos de excedernos, la tradición histórica recogida en Jn 13,4-5 sobre el lavatorio de los pies.
Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando. Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
Reflexión del Evangelio de hoy
Para que abras los ojos de los ciegos…
En pleno Antiguo Testamento, Isaías nos habla del siervo del Señor y de todas las acciones que va a realizar en favor de su pueblo. El traer “el derecho a las naciones”, “el implantar el derecho en la tierra” engloba todas las otras acciones que las realizará siempre sin apelar a la violencia, sino más bien sirviéndose de la suavidad, por eso “no gritará, no clamará, no voceará en las calles”. Podemos decir que empleará la ternura y será capaz de “te he cogido de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones”… para que ayudes a los ciegos, a los cautivos, a los que habitan en las tinieblas.
Bien sabemos que todo esto y mucho más y con mayor intensidad fue lo que realizó Jesús de Nazaret viniendo a nuestra tierra. Vino para ser nuestro camino, el camino que nos lleva a vivir la verdad y saborear la vida y la vida en abundancia. A eso dedicó principalmente los tres años de su vida pública, predicando de pueblo en pueblo. Las autoridades de entonces quisieron hacerle callar, pero no les hizo caso, no podía menos de regalarnos su buena notica. Y pidió a sus apóstoles que después de su muerte la divulgasen a todas las naciones.
Jesús… Lázaro, Marta, María
De entrada, vemos el cariño de Jesús por esa familia amiga, de Lázaro, a quien había resucitado, de Marta y María. Por eso, va con toda confianza a su casa, a cenar. Marta y María le expresan su amor, cada una a su manera. Marta, sirviendo a la mesa. María ungiéndole los pies con un perfume costoso. La nota discordante la pone Judas Iscariote, que en lugar de alegrase por el regalo de María a Jesús, afirma que hubiese sido mejor vender dicho perfume para dar ese dinero a los pobres, aunque en realidad era para él. Entre los judíos, algunos van a ver más a Lázaro resucitado que a Jesús, y algunos dan el paso de creer en Jesús. Por esta causa, los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro.
Como vemos, este pasaje evangélico nos muestra distintas y contrarias posturas ante Jesús. ¿Cuál es nuestra postura ante Jesús? Queremos unirnos a millones y millones de personas que, a lo largo de estos XXI siglos de cristianismo, confesamos que lo de Jesús, su persona, su amistad, sus indicaciones, sus promesas, es lo mejor que nos ha pasado y nos sigue pasando en nuestra vida. Y respondemos desde dentro a la pregunta de Jesús si queremos abandonarle: “¿A quién iríamos? tu solo tienes palabras de vida eterna”. Queremos seguir siempre con Jesús.
Fray Manuel Santos Sánchez O.P. Convento de Santo Domingo (Oviedo)
Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 45-57
En aquel tiempo,muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús. Los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron el Sanedrín y dijeron: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos. Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación». Uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: «Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera». Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y aquel día decidieron darle muerte. Por eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo con los discípulos. Se acercaba la Pascua de los judíos, y muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban: «¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?». Los sumos sacerdotes y fariseos habían mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.
Reflexión del Evangelio de hoy
Tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo
Nos encontramos, en este pasaje, en medio del Libro del Consuelo de Ezequiel. Tras la primera deportación a Babilonia en tiempo de Sedecías, y tras el análisis de las causas que han llevado a la ruina del pueblo, el sacerdote-profeta Ezequiel no se queda en el desastre presente y los reproches ante el pasado, sino que también trata de trasmitir un mensaje de la misericordia de Dios para con Israel.
Esta misericordia se va a reflejar en una sustitución de la vieja alianza por “una alianza eterna” que implica un primer paso de un proceso de interiorización y espiritualización en la religión. En este sentido, la teología de Ezequiel es una semilla del proceso por el que la antigua religión israelita, más materialista, se transformará en aquella religión judía, más espiritual, en la que surgirá Jesús,
Este capítulo 37 de Ezequiel, recoge la visión de los huesos secos y dispersos que recobran vida (“he aquí que yo voy a hacer entrar mi espíritu en vosotros” Ez 37,14), como signo profético de la renovación espiritual de Israel, la cual será el primer paso necesario para la reconstitución de la nación bajo el principio de la unidad, unidad fundamentada en la dación de un único y mismo espíritu para todos. Así: un único pueblo recogido por Dios de entre las naciones; un único rey mesiánico que no será un político motivado por intereses políticos, sino un pastor que conduce a su pueblo guiado por ese espíritu de Dios; una sola ley, la de Dios; al fin, un único santuario, al que es guiado todo el pueblo, fuente de la que mana el agua que sana y alimenta, manantial que da vida (Ez 47).
Vosotros no entendéis ni palabra
“No entendéis ni palabra”. ¿Qué es lo que había que entender? Lo que había que entender es “lo que había hecho Jesús”, el significado de su acción más dramática, esto es, el retorno a la vida de Lázaro, del que mandó “quitar la losa”, “desatarle” y “dejarle marchar” en los versículos inmediatamente anteriores al pasaje de hoy.
Aparentemente, lo que habría hecho Jesús según este relato joánico sería una impropiamente llamada resurrección, pero todo en el llamado Libro de los signos del evangelio según Juan es precisamente eso: un signo. Y ante un signo, cabe preguntarnos por aquello que señala; en este caso, ese retorno a la vida de un hombre hay que entenderlo como una liberación de la muerte del hombre. Liberación, pues todos los términos utilizados en los mandatos de Jesús – “quitad la losa”, “desatadle” y “dejadle marchar” – apuntan al sentido de liberación. Liberación, ¿de qué? Liberación de una ley, de un ritualismo y de un culto que, lejos de dar vida, asfixian al hombre e impiden que florezca.
De la muerte, siguiendo lo anterior, pues la teología joanica es deudora de la teología de Pablo, quien nos dice que “en cuanto sobrevino el precepto, revivió el pecado y yo morí” (Rom 7, 7ss), pasaje que hay que completar con Rom 5, 12ss, esto es, el que “el pecado llegó al mundo por lo que hizo un hombre. Con el pecado llegó también la muerte. Todos tendrán que morir porque todos han pecado. […] lo que mucha gente recibió por culpa de un solo hombre fue la muerte. En cambio, lo que mucha gente recibió por el generoso amor de Dios fue el regalo de la vida gracias a un solo hombre, Jesucristo.”
Así pues, ¿qué es lo que debemos entender? El propio Gamaliel lo explicita: “que conviene que uno muera por el pueblo”. En efecto, Jesús, asumiendo la culpa de todos, liberó a todos de la culpa y del castigo por la culpa, esto es, la muerte: muerte en vida y muerte eterna.
En realidad, aquí no acaba nuestra indagación, pues a lo hasta ahora dicho le seguiría la cuestión más fundamental y más difícil de entender: ¿culpa? ¿a qué culpa nos referimos? Pero esta nueva indagación, por interesante y relevante que pueda ser, excede de este espacio y de este contexto.