Evangelio del martes 7 de noviembre de 2023
Lectura del santo evangelio según san Lucas 14, 15-24
En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús:
«Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!».
Jesús le contestó:
«Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados:
“Venid, que ya está preparado”.
Pero todos a una empezaron a excusarse.
El primero le dijo:
“He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
“He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo:
“Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”.
El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado:
“Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.
El criado dijo:
“Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”.
Entonces el señor dijo al criado:
“Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa.
Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».
Reflexión del Evangelio de hoy
Siendo muchos, formamos un solo Cuerpo
Hoy celebramos la festividad de todos los Santos de la Orden de Predicadores, y en esta lectura vemos un claro ejemplo de lo que fueron nuestros hermanos que nos han precedido en fe, y que son hoy para nosotros un ejemplo de cómo hemos de vivir la vocación, la santidad a la que Dios nos llama.
Como bien dice san Pablo, “siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo”. Es esto la Iglesia de la que somos parte, todos los miembros nos sentimos hermanos en una misma fe, miembros de Aquél que es la Cabeza: Jesucristo; y cada uno, desde el don que le ha sido dado.
A todos nosotros, el Señor nos ha regalado un don, una perla preciosa que no es para guardarla sin más en nuestro interior, es para el servicio, llamados siempre a proclamar el Reino de Dios allí donde estemos, sin miedo “con la alegría de la esperanza, constantes en la tribulación, perseverantes en la oración”. Alegría, esperanza, constancia, oración, profecía, ministerio…características que también los santos de nuestra Orden vivieron, y por todo ello se han convertido en grandes intercesores, verdaderos testimonios de entrega y fidelidad al don recibido, a la Palabra de Dios.
Ánimo, no tengamos temor a entregar la vida, no trabajemos sólo por el fruto de nuestra misión, sino por sembrar a tiempo y a destiempo su Palabra, alegres y confiados de que es Dios quien hace germinar, crecer y dar fruto en aquellos a los que llama para seguirle.
Dichoso el que puede comer en el Reino de Dios
En este Evangelio vemos la parábola de los invitados al banquete, que ponen excusas cuando el Señor los invita a su casa. Leemos al comienzo de esta Palabra: “dichoso el que puede comer en el Reino de Dios”, ¿qué significa esto realmente? No se trata únicamente de estar en la presencia de Dios, sino haber participado ya en esta vida terrena de la vida del Señor, de su Pasión y de su Resurrección, habiendo sido testigos de su Reino en este mundo, para participar plenamente de su gloria en el Cielo.
Cuando invitamos a alguien a nuestra casa, lo hacemos porque conocemos al invitado y compartimos con esa persona algo de nuestra propia vida, ¡con cuánta más razón no participar de las cosas de Dios, que es nuestro Creador y Redentor! Pero en ocasiones podemos ser como esos invitados que ponen excusas para no ir a la casa del Señor, cuando vivimos la oscuridad de la fe, cuando a veces no comprendemos las cosas que nos pasan…ponemos excusas, preferimos guardar nuestras pocas seguridades, lo ya conocido, antes de lanzarnos a la misión y confiar en los planes de Dios.
Es justo lo contrario que hacen los pobres de la parábola, que no se defienden ni se excusan porque son libres, las precariedades los han hecho desprendidos de la tierra, anhelantes de los bienes del Cielo; por eso no dudan en aceptar la invitación del Señor y dejar que Él actúe en sus vidas.
El Señor continúa hoy saliendo a los caminos para invitarnos al banquete de su Reino, quiere llenar su casa de hijos fieles y confiados en su Palabra y en su Misericordia. ¿Qué tipos de invitados somos nosotros? No pongamos excusas, seamos cristianos valientes, seguidores de Cristo, abandonados por completo a los designios de Dios, como lo estuvieron nuestros Santos. No tengamos miedo. Dios nos quiere santos y felices.
Sor Mihaela María Rodríguez Vera O.P.
Monasterio de Santa Ana de Murcia