Evangelio del viernes 25 de agosto de 2023
Lectura del santo evangelio según san Mateo 22,34-40
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?».
Él le dijo:
«”Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Reflexión del Evangelio de hoy
“Donde tu vayas, iré yo…”
Estamos leyendo hoy el inicio del libro de Rut, una mujer extranjera para los judíos que decide libremente acompañar en su fortuna o infortunio a su suegra Noemí. Nada cuenta el libro de los trabajos y dificultades del camino, pero finalmente llegan a Belén, lugar y tribu a la que pertenecía el difunto marido de Noemí, y comienzan una vida humilde, con trabajos sencillos para sobrevivir.
Es posible que lo más importante del libro de Rut sea dar una raíz de la que brotará, algunas generaciones posteriores, el Rey David. Y, cuando los tiempos sean cumplidos, nacerá el Mesías.
Es notable la actitud de Rut con su suegra. No sabe que se va a encontrar en Belén, no sabe cómo se va a desarrollar la vida de dos viudas sin hijos, en una sociedad en la que la viuda, carecía de derechos. Se prevé una vida llena de dificultades y con pocas posibilidades de salir adelante. No obstante se ofrece a seguir siendo el apoyo de su suegra, a compartir con ella lo que la vida la depare. Rut es capaz de renunciar a su pueblo, a su familia, a su dios, para acatar toda la pobreza, el pueblo y el Dios de Noemí. A lo largo del libro asistiremos al encuentro con dos desconocidos parientes que pueden ejercer el derecho de levirato y proporcionar descendencia a los difuntos hijos de Noemí.
Puede que en el libro de Rut tengamos que ver como la providencia, la mano de Dios está siempre tendida hacia quien haga el bien. Rut se ha sacrificado en beneficio de su suegra y al final tendrá la felicidad de proporcionarle un nieto, un hijo del hijo y ella ocupar un lugar en la casa y familia de Boz. Dios no abandona a quien no abandona al prójimo.
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”
Fariseos y saduceos, las dos sectas dominantes del pueblo judío, buscan como deshacerse de Jesús y las trampas que le tienden son continuas. La pregunta proveniente de un experto en la Ley, es una provocación buscando que Jesús diga alguna inconveniencia y tener un apoyo en la maldad que quieren cometer contra él.
No parecen espabilar: Jesús les ha dejado en ridículo con el pago de los impuestos al Cesar romano; han recibido un buen varapalo en la parábola de los invitados a la boda; ha hecho callar a los saduceos con el tema de la resurrección de los muertos. Y ahora preguntan por el mandamiento más importante de la Ley.
La respuesta de Jesús es obvia e inmediata: no podía ser otra que pregonar que es el amor incondicional y completo a Dios el primer y, tal vez pudiéramos decir, único mandamiento, pues todos los demás están en él fundados. Ya el mismo nos ha dicho que el amor a Dios solamente se puede realizar a través del amor al prójimo. (Mt, 10).
La Ley judía ha ido amontonando precepto sobre precepto hasta superar los seiscientos y el amor a Dios se ha ido quedando pequeño, semioculto, enterrado entre tanta hojarasca y el amor al prójimo se oculta sin problemas porque es más exigente y pide disponibilidad hacia los demás y eso es algo que los “importantes” tratamos de olvidar.
El amor al prójimo nos exige hacernos presentes con ellos y en ellos, y eso, a nosotros, los puros, los cristianos de siempre, nos cuesta demasiado porque implica desprendernos de nuestra acomodada y tranquila situación, trastocar nuestras ideas, para acercarnos a los más pobres, a los afectados por alguna tara o enfermedad. A los prójimos ricos, cultos e importantes no tenemos problemas si están cercanos, pero los pobres huelen mal, con frecuencia a vino barato, y tratamos de separarnos de ellos.
Y Jesús nos da una buena reprimenda, si queremos escucharle: El amor a ese prójimo despreciado es semejante al amor a Dios.
Amemos a Dios sobre todas las cosas, pero no olvidemos que el amor a Dios está unido indisolublemente al amor al prójimo, sin que podamos elegir o discriminar quien pueda ser nuestro prójimo.
¿Seremos capaces de encontrar a Dios y al prójimo en nuestro vecino o en ese mendigo o inmigrante que estamos viendo amontonado con otros prójimos iguales en una patera?
D. Félix García O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)