Evangelio del sábado 17 de junio de 2023
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 41-51
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que le dijo.
Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Reflexión del Evangelio de hoy
Ayer conmemorábamos el Sagrado Corazón de Jesús. Hoy recordamos y conmemoramos el Corazón de su Madre. Siempre que se habla del corazón surge en todos, la realidad compleja y rica de los sentimientos. Hoy recordamos ese Corazón maternal donde están los mejores sentimientos de María hacia nosotros, sus hijos.
La muerte de Cristo nos ha reconciliado a todos con Dios
El texto de Pablo que nos presenta hoy la liturgia, es una invitación a caer en la cuenta de que la muerte de Cristo, – “uno por todos”-, nos ha reconciliado con Dios y ha traído a nuestra vida un perfil propio de personas rescatadas para Dios con la sangre de su Hijo.
Para todo creyente este texto nos invita sacar consecuencias de este hecho. El primero es la necesidad de seguir el ejemplo de quien dio la vida por nosotros. Su modo de obrar nos ha de incitar a seguir sus “mismos pasos, no viviendo ya para nosotros, sino para Aquel que dio la vida por nosotros”. Somos criaturas nuevas que hemos de reflejar un nuevo modo de estar sobre esta tierra, un estilo de vida, que remite al ejemplo de Cristo.
Dios nos ha reconciliado en Cristo y en esta reconciliación no tuvo en cuenta nuestro pecado. La Iglesia es la comunidad donde se realiza la manifestación de la reconciliación a través de Cristo y, al mismo tiempo, de servicio en esa reconciliación.
De todo ello surge un nuevo modo de mirar a los demás, “no con criterios humanos”, propios de las categorías del mundo. Para el creyente toda persona es beneficiaria de la Sangre derramada por Cristo y en ella se ha de percibir a esa criatura nueva que subyace más allá de las apariencias.
La frase que define toda esta nueva realidad es que: “lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo”. Ese mundo nuevo nos sitúa en la reconciliación alcanzado por Cristo. De ahí surge nuestro compromiso de anunciarlo con nuestra vida. Al ser reconciliados con Dios, nos corresponde animar a otros para vivir conscientemente esa reconciliación. Somos nuevas criaturas. Nos convertimos así en embajadores de Cristo en esa responsabilidad de hacer partícipes a todos de nuestra condición.
¿Por qué me buscabais?
Sorprendente pregunta de Jesús. Sus padres “angustiados” y, al encontrarlo, le escuchan esa pregunta, hecha desde la serenidad y la seguridad de haber realizado lo que era su deber. Para Jesús está claro su cometido: “ocuparse de las cosas de su Padre”. Sus padres tendrían que ir asimilando entre sorpresas y desconciertos que ese Hijo, no seguía la pauta de los demás; tenía su propia pauta. Tenía muy claro su objetivo y cumpliría con su misión desde su adolescencia. El evangelio, pese a lo que todos desearíamos saber, no nos cuenta casi nada de sus años “ocultos”. Lo llena su vida “pública”, con sus parábolas, sus milagros, su predicación por Palestina. A todos nos hubiera gustado saber cuál era el tema que discutían Jesús y los doctores de la ley. No lo sabemos, pero el evangelio deja una nota muy significativa: “Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas”.
Volviendo a la pregunta de Jesús, podemos cuestionarnos cómo irían asimilando sus padres ese ir descubriendo la realidad profunda de su Hijo. Debió ser un proceso lento, desde el cual ellos irían descubriendo la presencia de Dios hecho hombre y entrarían en una nueva dinámica. Era un joven como los demás y, sin embargo, iba orientando su vida por caminos sorprendentes, sinuosos quizá para sus padres, que tenían que ver muy poco como lo que era común a los otros muchachos.
Su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón
Toda la historia de María puede resumirse en estas pocas palabras. Lo que estaba viviendo no era contemplado pasivamente, no resbalaba por su vida. La iba marcando, a veces con dolor, otras con alegría, otras con incertidumbre. Por eso todo lo iba guardando con mimo dentro de sí misma. La riqueza de ese Corazón procedía de su condición de Madre de Dios experimentando el poder de la gracia en ella misma.
Es bueno recordar que el corazón, como lugar al que asociamos sentimientos, nos indica que vivir en cristiano no se puede reducir a un mero sometimiento a una ley o asentir a una doctrina o cumplir un ritual con el que deseamos honrar a Dios. Seguir a Jesús es mantener con Él una relación de amistad, de confianza, de fidelidad que marca la vida, impregnada de ese Jesús, Dios hecho hombre. Y eso tiene una relación muy directa con nuestros sentimientos.
El mejor modelo para todos es, sin duda, su Madre. Para el cristiano saber que esa Madre de Jesús es también Madre nuestra, es vivir desde la seguridad de que ese Corazón nos acompaña y, si somos fieles, nos ayudará a modelar el nuestro con sus mismos sentimientos que, al final, serán los que nos unan más a Jesús.
Tengamos hoy un recuerdo para los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos) que hoy celebran con especial relevancia a María bajo esta advocación.
Fray Salustiano Mateos Gómara O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)