Septiembre 19, 2022
“Nada hay oculto que no llegue a descubrirse”
Lectura del santo evangelio según san Lucas 8,16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entran tengan luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».
Reflexión del Evangelio de hoy
El Señor se burla de los burlones y concede su gracia a los humildes
El texto del libro de los Proverbios constituye un auténtico tesoro de lo que es y significa la Sabiduría de Dios, que va mucho más allá de la razón y los valores exclusivamente humanos. El pueblo de Israel toma conciencia de que ayudar al que lo necesita, evitar el enfrentamiento, experimentar la envidia incluso por el que parece triunfar mediante la violencia… responde a la voluntad de un Dios que es Padre y quiere lo mejor para sus hijos, que solo en Él todo tiene sentido.
Tendríamos que tomar conciencia de esta Sabiduría del Amor que Dios nos propone en este mundo, ser capaces de descubrir, con su gracia y más allá de las apariencias, que merece la pena empeñar nuestra vida en una Fe que nos salva a todos los hombres.
Nada hay oculto que no llegue a descubrirse
La parábola de la Lámpara se sitúa tras la del Sembrador y ambas se refieren al anuncio de la Palabra de Dios por Cristo y las distintas respuestas y acogidas con que es recibida por nosotros los hombres. Como bien afirma San Juan en el prólogo a su Evangelio, la Palabra es la Luz que ilumina al mundo. Recibirla con verdadera fe implica hacerla arder en el candelero de mi vida a la vista de todos, pero ocultarla por miedo o vergüenza es poner en evidencia nuestras oscuridades, mediocridades, hipocresías…
Por eso es importante descubrir que la Palabra de Dios se dirige personalmente a cada uno de nosotros y en nuestras circunstancias concretas y es una Palabra de Salvación, de felicidad, pero que ciertamente implica una respuesta sincera y comprometida: la mía, no la de mis contextos familiares o de conveniencias…
El Señor, que nos conoce y nos quiere, nunca se va a cansar de llamarnos para integrarnos en su “familia” que es la Iglesia. Pero es nuestra decisión dejarnos prender por la Luz y ser lámpara o esconderla y dejar que se apague como a las vírgenes necias.
¡Pero que hermosa es esta misión de dar luz al mundo! Pero es una misión que nosotros tenemos. Es hermosa… También es hermoso conservar la luz que hemos recibido de Jesús. Custodiarla, conservarla. El cristiano tendría que ser una persona luminosa, que lleva luz, siempre da luz, una luz que no es suya, sino que es un regalo de Dios, un regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz adelante. Si el cristiano apaga esta luz, su vida no tiene sentido. Es un cristiano solo de nombre, que no lleva la luz. Una vida sin sentido. Pero yo quisiera preguntaros ahora: ¿Cómo queréis vivir vosotros? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada? ¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? Pero no se escucha bien aquí. ¡Lámpara encendida!, ¿eh? Y es precisamente Dios el que nos da esta luz y nosotros se la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Esta es la vocación cristiana.
(Papa Francisco. Ángelus del 9 de febrero de 2014)
D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.
Fraternidad “Amigos de Dios” de Bormujos (Sevilla)