Evangelio del día

 Creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios 

Evangelio del viernes 29 de julio de 2022

Padre Pedro Brassesco

Lectura del santo evangelio según san Juan 11,19-27

En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Reflexión del Evangelio de hoy

En esto consiste el amor:…en que Dios nos amó

En la primera lectura, san Juan nos habla del amor de Dios y de cómo hemos de dejarnos amar por Él. Surge la pregunta: ¿Qué es lo que nos permite amarnos unos a otros? No son nuestros méritos o nuestras capacidades, es el amor que Dios nos tiene lo que nos hace salir de nosotros mismos hacia el encuentro del otro. Vivir por medio de Jesucristo es dejar que Él atraviese las rendijas de nuestro corazón herido, para amar como Él ama. Quien no ama no se ha dejado traspasar por el amor de Cristo, porque vive centrado en sí mismo, ahogado en sus preocupaciones y en sus propias angustias.

Vivimos intentando ser agradables a los ojos de Dios, nos esforzamos en ser buenos para merecer su amor, y nos desalentamos cuando constatamos que no le amamos como quisiéramos, que el corazón, tantas veces está lleno de dudas, de apegos y cosas de este mundo. Pero es más sencillo de lo que parece. Dios ha puesto en nuestro corazón pedacitos de Cielo, partes del Reino futuro porque nos amó primero y quiso que nos entregáramos a los demás como Él se entregó por nosotros. Es Él quien lo realiza, por pura gracia y misericordia.

El amor de perfección al que Dios nos llama no es otra cosa que vivir desde el Corazón de Cristo, anunciar la vida eterna, lo que Dios ha hecho con nosotros, cómo nos ha amado y nos sigue amando en cada circunstancia de nuestra vida. Tener limpio el corazón de juicios e intereses, tender la mano al necesitado de afecto, de una caricia, de una palabra de aliento, en definitiva, ser signos del Amor de Dios para el otro, sin imponer nuestras reglas, sin intentar que los demás sean lo que nosotros deseamos. Éste es el amor al que Dios nos llama, un amor puro y libre en Jesucristo.

Creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios

Leemos en el Evangelio que “cuando Marta supo que venía Jesús le salió al encuentro”. Sabemos que, en otro pasaje, Jesús le dice a Marta que se afana por muchas cosas, que sólo una es importante. Vemos cómo Marta ha hecho un proceso, se ha dado cuenta con la muerte de su hermano Lázaro de qué es lo importante: salir al encuentro de Cristo aun en medio de la muerte y la incertidumbre.

Marta reconoce el señorío y el poder de Cristo: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”.  A la vez que le reprocha al Maestro el no haber estado cerca, manifiesta que Jesús es el Señor de vida y muerte, sabe que sólo Él tiene poder para devolverle la vida a Lázaro.

Marta es para nosotros, un gran testimonio de fe: “Sé que lo que pidas al Padre, te lo concederá”. Marta, como el salmista, experimenta la esperanza en medio de su angustia y clama a Dios “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de todas sus angustias”. Marta es la que puede bendecir a Dios en todo momento, en la abundancia de tener a Cristo en su casa y poder servirle, y en la pobreza de tenerle lejos y haber perdido a su hermano, porque tiene la certeza de que es el Hijo de Dios, y de que Él todo lo puede.

¿Cómo reaccionamos nosotros ante un hecho doloroso e inevitable como la muerte? ¿Qué hacemos cuando sentimos la impotencia de la pérdida? Lo primero que sale es el dolor, el grito desesperado de angustia, tal vez, incluso murmuremos contra Dios porque la vida nos parece insoportable ante lo que hemos perdido. Hay algo que podemos aprender de Marta, y es que dejándonos transformar por Cristo, podremos superar cualquier dificultad, fiándonos totalmente de Jesucristo, tal como lo hizo ella. Marta realiza un proceso de abandono y transformación en Jesús, sale de ella misma y de sus preocupaciones para decir “Eres Tú, Tú eres el Cristo, eres el Señor de la historia, de mi historia, sólo Tú tienes poder para hacer crecer de nuevo la vida donde hay muerte”. Jesús no sólo resucita a Lázaro de la muerte, también resucita a Marta, la rescata de su propia esclavitud y le da una nueva libertad para creer, amar y confiar siempre en Dios.

Animados con esta experiencia de Marta, confiemos también nosotros en Jesucristo, Hijo de Dios vivo, sólo Él nos puede sacar del abismo, darnos vida donde sólo vemos muerte. Que nuestras palabras anuncien al mundo entero que Él es el Señor, y abandonemos todo aquello que nos pesa, que nos duele, en sus manos. Y Él lo transformará todo, y hará algo nuevo y maravilloso en nosotros.

Sor Mihaela María Rodríguez Vera O.P.
Monasterio de Santa Ana de Murcia

Deja un comentario